Qué duda cabe de que este asunto en cuestión es de
trascendental importancia y que merece toda nuestra atención, pero no es éste
el tema precisamente, que me gustaría tratar hoy sino otro con el
que guarda una estrecha relación. Me refiero al proyecto transhumanista, que ha
venido a revolucionar todas las expectativas en orden a la condición humana y
aspira a sustituir tanto al teocentrismo como al antropocentrismo, para imponer
el genocentrismo o robocentrismo. Conviene estar alerta
con este nuevo movimiento que se expande por Europa con rapidez.
Con la llegada del transhumanismo todo está cambiando,
asistimos a una revolución cosmogónica sin precedentes en la historia. Se trata
de imponer un materialismo mecanicista, montado sobre la base de una supremacía
tecnológica, que está sirviendo de escenario a una representación muy singular
del género humano. Comienza a expandirse la idea de que por encima de
nuestro suelo no existe ningún Motor Inmóvil, origen del movimiento universal,
ni tampoco una inteligencia superior que dé razón de la armonía reinante en el
universo entero, nada de esto es necesario ya, puesto que se piensa que desde
el azar puede explicarlo todo y lo que hasta ahora se ha venido llamando
naturaleza no es más que un oscuro fatalismo o simplemente mera
casualidad. De modo que la especie humana en su conjunto es el resultado de un
juego de dados, no más que un momento pasajero y no definitivo, de un proceso
evolutivo que continua su curso, en el que el hombre se nos muestra como
un viandante que puede cambiar de aspecto y fisonomía, tal y
como corresponde a un sujeto que siempre está por hacer sin que
nunca se pueda decir que esté hecho del todo.
Se nos viene a recordar que no nos encontramos
en el último eslabón de la cadena evolutiva, sino en un estadio bastante
imperfecto, plagado de limitaciones, tanto por lo que respecta a las
capacidades físicas como mentales, donde a cada paso nos acechan las azarosas
situaciones conflictivas, las desgracias, la infelicidad, las enfermedades, los
dolores, la muerte y un largo etc., que puede ser superado con la ayuda
de la ciencia y la tecnología. Ya por la década de los 60, el existencialismo
sartreano nos sorprendía diciendo que la existencia precede a la esencia,
que es tanto como decir que, cada uno de nosotros hemos sido
arrojados a la existencia para qué nos busquemos la vida como buenamente
podamos y así vayamos moldeando nuestro propio ser, a través de una
libertad personal sin ningún tipo de cortapisas.
Naturalmente que, si partimos del supuesto de
que la naturaleza humana no es estable, sino transformable con el paso
del tiempo, si damos por bueno que la naturaleza carece de intencionalidad
ético-normativa y que se reduce aun mero hecho material, entonces
nada va impedir al transhumanismo sustituir al “homo sapiens”
por otro modelo paradigmático, sustancialmente diferente, como puede ser
el “homo excelsior”, lo que a la larga significaría un
cambio de especie en toda regla. Imagino que a la mayoría de
los mortales les horroriza oír hablar de la extinción de la raza
humana, no así a los propugnadores del trashumanismo, que están trabajando para
que esto ocurra lo antes posible, con el convencimiento de que la
trasmutación de la especie humana por otra distinta traería importantes mejoras
de vida, con lo cual todos saldríamos ganando y es aquí donde está el
atractivo-trampa de este movimiento posmoderno, que ha surgido con la intención
de satisfacer las aspiraciones humanas y dar cumplida satisfacción a las ansias
infinitas de felicidad que anidan en el corazón de todo ser humano. A los
ojos de la antropología transhumanista “el homo sapiens”, durante muchos
siglos, ha venido representando el ultimo y definitivo eslabón de una
evolución incontrolada, pero ha llagado el momento en el que el hombre,
ayudado por la razón tecnológica, está en disposición de dirigir el
proceso evolutivo, de orientarlo y reconducirlo a otros niveles
superiores, donde podamos disfrutar y ser felices plenamente, acabando de
este modo con todas nuestras penurias, insatisfacciones y ansiedades, incluida
la angustia de la propia muerte, colocando la eterna juventud en el
horizonte de los futuros logros
La transmutación de la raza humana para muchos puede
sonar a utopía, no lo es en manera alguna para el transhumanismo,
que lo considera como un objetivo al alcance de la mano y para su
satisfacción ha podido ver cómo la mutación o sustitución genética es ya un
hecho y cómo también lo es el cambio de sexo, que permite que un hombre se
convierta en mujer y viceversa, todo ello bendecido y amparado por la
“Ley Trans”, promovida por Irene Montero, con el descontento de no pocos
españoles y que viene a formar parte del mismo disparate cayendo en
extremismos y excesos como sucede con el transhumanismo. Sin en el menor
respeto por la sacralidad de la persona, previo a todo debate y al margen de
toda consideración ética o religiosa, se establece el principio de que “cada
cual con su cuerpo y con su vida puede hacer lo que le venga en gana”
porque para eso está la libertad morfológica y a partir de aquí se tratan de
sacar unas consecuencias interesadas. Lo que sucede es que dicho principio es objetable
desde diferentes ópticas; para empezar cabe decir, que nadie es dueño de la
vida, sino que se trata de un don prestado que estamos obligados a administrar
honestamente; por otra parte, pertenecemos a una sociedad con la que tenemos
contraídos unos deberes, que estamos obligados a respetar.
Lo que si parece probable es que una vez
legalizada la mutación de sexo, al transhumanismo le va ser más fácil abrirse
camino ¿Si el genoma humano puede ser trasformado, por qué no va a poder serlo
la naturaleza humana? Cuando menos, la pretensión última de
conseguir que la especie humana pueda llegar a transcenderse a sí misma,
después de la “Ley Trans” resulta ser menos utópica. La pregunta ahora es ¿Cómo
lograr este sueño esperpéntico? La respuesta que se nos da, no
podía ser otra que, alojando en nuestro organismo la capacidad de la máquina,
en alusión directa a la inteligencia artificial y así, pronto el “robot
sapiens” convertirá al ser humano en un trasto obsoleto. Del mismo
modo que los transexuales se sienten atrapados en un cuerpo equivocado, también
los transhumanistas piensan, disparatadamente, que los humanos estamos
atrapados en cuerpos equivocados y lo que procede es echarnos en
brazos de la libertad morfológica y asumir las posibilidades que nos
brinda la tecnología.
Los retos de la inteligencia artificial están ahí y el
debate sobre este tema sigue abierto, sin que sea cosa fácil
convencer a los biohackers de que el ciborg (híbrido entre el humano y la
máquina) es una pura fantasía. Estamos ante la gran utopía del siglo XXI que
nos ofrece una superlongevidad y una superfelicidad como
señuelo. Participo de la idea de quienes piensan que el
transhumanismo es la pseudo-religión de un falso mesianismo, que nos quiere
vender una atractiva mercancía al grito del humanismo cristiano ha
muerto, ¡Viva el trashumanismo!, pero lo cierto es, por mucho que se empeñen,
que el inmanentismo materialista nos condena a vivir sin esperanza el resto de
nuestros días. En realidad, el transhumanismo no es más que un antihumanismo
disfrazad