Lo que desde hace tiempo viene sucediendo en Francia es motivo de una reflexión seria que nos pone en guardia de lo que se avecina. Francia, la cuna de la democracia liberal, artífice del orden racional de la modernidad, está dando signos de querer rearmarse contra un globalismo dictatorial, promotor de un Nuevo Orden mundial. El bipolarismo sobre el que va a gravitar el futuro de la Humanidad es cada vez más patente. Por una parte, tenemos el globalismo, que trata de instaurar en el mundo un transhumanismo inspirado en la cibernética y de otra parte, tenemos un antiglobalismo que trata de permanecer fiel al naturalismo de la condición humana. Este enfrentamiento se ha visto agudizado por dos acontecimientos recientes, que han venido a frenar un proceso que ya estaba en marcha, porque El Nuevo Orden Mundial no es algo que se fuera a construir, sino que ya se estaba construyendo y tenía marcada su hoja de ruta en la más que sospechosa agenda de 2030. Sucede no obstante, que después de la pandemia del coronavirus, las cosas han cambiado y ya nada va a volver a ser lo mismo, lo que quiere decir que los amos del mundo se van a ver obligados a encontrar nuevos acomodos a sus planes. No solo esto, sino que después de la guerra de Ucrania, en la que algunos quieren ver la tercera guerra mundial, la “Pax americana” ha saltado por los aires y los EE. UU, seguramente no van a poder seguir ejerciendo el papel de policía del mundo, al menos como lo han venido representando hasta ahora.
En esta encrucijada histórica en la que nos encontramos, fácil es adivinar que las estructuras político económicas mundialistas, en las que se ha venido trabajado hasta ahora, van a quedar aparcadas por el momento y los nuevos gurús, los tecnócratas transhumanistas disfrazados de demócratas, lo van a tener bastante más difícil, pero la cuestión se complica aún más, si se analiza cuidadosamente lo que está sucediendo en el seno de la mismísima Europa Occidental, donde comienza a haber signos inequívocos de que el bipolarismo es ya una realidad y la conciencia ciudadana, en algunos sectores de la población, comienza a salir del sopor inducido, para romper con el gregarismo deshumanizador. Si algo ha quedado claro después de las recientes elecciones francesas, es que nuestro país vecino tan relevante dentro del contexto europeo está dividido.
Una lectura desinteresada de lo sucedido en las recientes elecciones francesas pudiera ser un buen ejemplo de ello. Todo parece indicar que la conciencia ciudadana, en algunos sectores de la población, comienza a despertar para emprender otro rumbo, aunque todavía no haya llegado el momento del cambio y haya que esperar un poco más. En nuestro país vecino, que siempre ha demostrado ser elevado exponente de la cultura europea y nodriza de los regímenes políticos occidentales, comienzan a vislumbrarse un nuevo escenario político que se hace visible a nuestros ojos. Ante tanta desafección familiar y nacional, ante tanto discurso globalista vacuo, frente a la amenaza de un transhumanismo distópico y desnaturalizado, que pone en peligro la especie humana la gente entiende que es obligado reaccionar. Por muchas razones es de todo punto urgente volver al sentido común, tratando de recuperar lo que un día se perdió, eso que con tanto sudor y lágrimas conquistaron nuestros antecesores, dejándonos en herencia una reserva material y un patrimonio espiritual cultural que la liberal y social democracia han dilapidado sin piedad. No se puede olvidar que en Francia existe un sentimiento generalizado de nostalgia y que un 74% de sus habitantes fundamentan su vida en los valores del pasado. Quizás sea el momento de recordar la frase de Aldous Huxley, que un día se expresaba en estos términos: «Una dictadura perfecta tendría la apariencia de una democracia, pero sería básicamente una prisión sin muros, de la que los presos ni siquiera soñarían con escapar»,
Nuestro futuro nos lo estamos jugando en estos momentos de la historia y muchos de los franceses están decididos a salvar a su nación de la hecatombe, sabedores de que, solo siendo fieles a la identidad nacional, pueden salvar una civilización milenaria. Que esto suceda en el seno de Europa es motivo de seria preocupación para la Alianza Atlántica, como no podía ser por menos. La sola posibilidad de que en un tiempo no muy lejano pudiera producirse un “Frexit” es motivo más que suficiente para que aparezca el pánico en Bruselas, porque en las circunstancias actuales una U. E. sin Francia viene a ser poco menos que un cuchillo sin hoja de cortar. Sin duda la espada de Damocles pende de un hilo sobre las cabezas de los burócratas mundialistas y no lo digo solamente porque el partido conservador de Marine Le Pen se haya quedado a las puertas de ganar las elecciones de 2022, sino por el hecho cierto de que la abstención ha resultado ser elevadísima, alcanzando más del 28%. ¿Qué pude significar esto en un país cultural y políticamente tan adelantado como es Francia? Pues quiere decir que los inconformistas son un colectivo tan numeroso como pueda serlo el partido más votado, aunque la voz de estos ciudadanos no haga oir en el parlamento por carecer de representante. Quiere decir también que los ciudadanos están dejando de creer en los políticos y en la política. Si nos ponemos a reflexionar en el alcance de este elevado abstencionismo, llegaremos a la conclusión de que, a poco que el ejemplo de los franceses cunda en Occidente, pronto habremos de ver en la calle a gente políticamente desencantada que protesta y se siente incómoda por haber sido mil veces engañada, traicionada e instrumentalizada. La Francia abstencionista, sin duda, coloca en difícil situación a las élites globalistas, pues si se quedan sin clientelismo político ¿Cómo van a poder llevar a cabo su proyecto globalista basado en una ideología desnaturalizada? “Los años que vienen no serán tranquilos, pero sí históricos” Son las palabras que el Sr. Macrón ha pronunciado al saberse vencedor. Lo que no está claro es quienes habrán de escribir esa historia del futuro inmediato que nos espera y ojalá que el protagonista de la misma siga siendo el ser humano y no un “ciborg” a mitad de camino entre la inteligencia artificial y la conciencia personal.
Todavía estamos a tiempo de impedir que un transhumanismo antropocéntrico y desnaturalizado acabe con nuestra civilización, todavía estamos a tiempo de volvernos a encontrar con Dios, fundamento de nuestra dignidad como personas, llamadas a traspasar la barreras del puro inmanentismo.