Los hombres y mujeres vamos hoy tristes por el mundo, después de ver como la pandemia y la guerra nos flagelan sin piedad. Se nota por las calles que las gentes andan preocupadas y que, al menos parcialmente, hemos perdido la alegría de vivir. Como todos los años por estas fechas saldremos al encuentro del Nazareno, para decirle que estamos dispuestos a compartir su cruz y a compadecernos con Él, pero que nos sentimos confusos, agobiados, desesperanzados, e incluso también un poco cansados por lo que nos está pasando. Nuestro espíritu, atribulado y fatigado de tanto bregar, necesita refugiarse en el desierto de la soledad y el silencio para recobrar la calma perdida. Necesitamos vencer nuestros miedos, reposar en lugares tranquilos, pero no disponemos de espacios reservados, bonancibles e incontaminados, en los que podamos asentar nuestra morada. Hemos dejado pasar la cuaresma, ocasión propicia para adentrarnos en la interioridad del espíritu, donde encuentran aposento las ultimidades del ser, desperdiciamos este tiempo de gracia que debiera haber servido para fortalecer nuestro ánimo frente a las adversidades, pero se nos ha ido sin pena ni gloria y no nos hemos renovado por dentro.
Siempre se ha dicho que estas fechas de la Semana Santa son días de reflexión y recogimiento, tiempo propicio para poner en orden nuestro santuario interior y poder encontrarnos cara a cara con el Dios de la misericordia y el perdón, pero andamos tan volcados al exterior y tan dispersos, que no logramos concentrarnos en nosotros mismos, siendo incapaces de interpretar los signos, que en forma de desgracias nos han ido llegando, sin que hayamos sabido desvelar su significado. ¿Nos querrá decir Dios algo con estas calamidades que nos han sobrevenido en tan poco tiempo? ¿No será ésta una advertencia de que necesitamos convertirnos y volver a Dios, después de habernos olvidado de Él? En momentos tan dramáticos como los que nos están tocando vivir, necesitamos más que nunca tomar como modelo al divino Nazareno y como Él aceptar nuestra cruz, con infinito amor y esperanza, para poder decir con Unamuno: “De ti aprendimos divino Maestro de dolor, dolores que surten esperanzas”.
Interiorizar la Semana Santa es adentrarse en el corazón de Cristo doliente y estar dispuesto a unir nuestra cruz a la suya, para recorrer juntos la vía dolorosa con la alegría de saber que Dios siempre nos tendrá de su mano en medio de la tormenta. La gente sigue preguntando ¿Dónde está Dios en medio de la devastadora pandemia del Covid 19 y la cruel guerra de Ucrania, que amenaza con extenderse al mundo entero? ¿Por qué calla? Y la respuesta no puede ser otra que ésta: Dios está siempre al lado mismo de las víctimas. A Dios hay que ir a buscarle al Gólgota, en aquella tarde oscura del primer Viernes Santo, sufriendo con los que sufren, llorando con los que lloran, muriendo con los que mueren. Después de haber visto al Justo recorrer la Vía Dolorosa cargando con el madero, ya no nos puede resultar tan abrumadora la inmensa cruz que pesa sobre el mundo, pues sabemos que tenemos a Cristo como nuestro modelo y valedor.
Quienes desde niños aprendimos a rezar a los pies del Crucificado, tenemos el convencimiento de que nuestro verdadero gozo está en ayudarle a llevar su cruz y a pesar de nuestras debilidades no dejaremos de decirle que aceptamos de buen grado sufrir por Él, con Él y junto a Él.