El Descubrimiento del Nuevo Mundo fue un acontecimiento significativo
culturalmente. Ello supuso para América el inicio de la racionalidad y la aceptación del rigor científico; pero
también Europa se vio favorecida por este encuentro de culturas.
Mayas, aztecas e incas, a la llegada de los españoles a sus tierras
disponían ya de un peculiar mundo de representaciones, que aún no han sido
desveladas hasta sus últimas consecuencias. Especial atención merecen sus
especulaciones sobre Viracocha (dios), que se muestra ante nuestros ojos con la
imagen sugestiva de creador incomensurable e indescifrable, hacedor y dominador
de todo cuanto existe. El mundo (Pacha), dimensionado en tres grandes espacios:
el hombre (runa), que se nos muestra como un sujeto perceptible.
En contra de lo que vulgarmente se cree hay que destacar las elevadas
apreciaciones éticas de estas gentes. Su ordenamiento social y político estaba
presidido por el orden moral, hasta el punto de poder decir que la ley y la
norma moral discurrían de forma paralela. La legislación estaba inspirada en la
ética y ésta 44 estaba respaldada por la ley.
En otro sentido hay que decir también que el encuentro con América supuso
la revitalización del logos de occidente. Al contacto con el Nuevo Mundo surgen
problemas y situaciones que exigen una actualización de los sistemas
conceptuales. Ello obliga a hacer los oportunos planteamientos y obligan a las
mentes más preclaras de pensadores y juristas a dar lo mejor de sí. En este sentido
bien pudiera decirse que América fue la ocasión para que en Europa renaciera un
nuevo humanismo y comenzaran a ponerse las primeras piedras de una antropología
que tenía como fundamento la dignidad de
la persona.
Hoy se ha vuelto a producir un nuevo encuentro latino- americano pero esta
vez en tierras del Viejo Continente. Las circunstancias han cambiado. En esta
ocasión lo tenemos más fácil en orden a establecer las bases de un ordenamiento
justo y pacífico para la convivencia. Todos somos necesarios, todos podemos
salir beneficiados en este nuevo encuentro. No somos tan diferentes, en el
fondo nos alimentamos de unas mismas raices culturales y participamos de las
mismas aspiraciones y esperanzas. Partamos del hecho de que todos compartimos
la misma dignidad de persona como lo pusiera bien de manifiesto Francisco de
Vitoria ya en el siglo XVI. En tiempos del Descubrimiento