2022-02-14

55.- Los mayores merecen respeto y cariño

 




Desde 1990, por iniciativa de la Asamblea General de las Naciones Unidas, el primero de Octubre se viene celebrando el día dedicado a las personas mayores, que cada vez vamos siendo más. Se habla de más de 600 millones en todo el mundo y se espera que la cifra vaya en aumento. Una verdadera revolución mundial demográfica, digna de ser tenida en consideración. Tiempos atrás este colectivo, aunque menos numeroso que ahora, era objeto de respeto y veneración, al que se dispensaba un singular trato y consideración; pero ya no se puede decir lo mismo, hoy se ha instalado entre nosotros un ageismo desnaturalizado que mantiene aparcados a los viejos y socialmente olvidados. Ellos han pasado a formar parte de un colectivo marginal, vulnerable e indefenso. Triste es decirlo, pero es así.

 

Si fuera verdad, como se dice, que gracias a los mayores y a sus sacrificios nuestra sociedad ha podido disfrutar de un alto nivel de bienestar, si fuera verdad que nos han trasmitido una riquísima herencia humana y económica que nosotros hemos dilapidado, no queramos ahora que sean ellos los que paguen las consecuencias de la crisis, porque entonces no es ya sólo que pecaríamos de insolidarios sino también de injusta ingratitud. El colectivo de ancianos está ahí, forman parte de nuestra sociedad y hay que encontrarles un lugar en nuestro mundo. Cada vez más se hace necesario diseñar una cultura de la ancianidad, destinada a acoger y valorar como merecen a estas personas, que aún siguen dispuestas a continuar prestando un servicio a la sociedad, acogiendo a las ovejas descarriadas que han caído en el pozo de la droga, el sida o el paro, que están dispuestos incluso a hacer de canguros, de voluntarios o de lo que haga falta.

 

Con esto de la crisis las cosas se han ido empeorando también para las personas mayores y ya son muchos los que están pasando por situaciones comprometidas. Tres necesidades básicas son las que a los mayores les quitan el sueño. La salud sería lo primera de todas. Se trata de un derecho básico y cuando hablamos de salud estamos hablando de enfermedades, pero también de discapacidad, de limitaciones, de higiene, de minusvalía, etc. Según reconoce el artículo 51 de nuestra Constitución, es un deber del Estado proteger de modo especial a las personas mayores, velar por su integridad física y emocional; sin embargo el cuidado de los ancianos es una carga que, en España, siguen soportando las familias. Hay que mejorar la Ley de Dependencia. La ayuda estatal domiciliaria de las personas mayores de 60 años alcanza un porcentaje bajísimo. De los 6 millones de jubilados en España, un millón y medio son dependientes y son las familias las que en su mayor parte les atienden. Las ONGs están contribuyendo de forma muy positiva, así como el voluntariado de lo que ellos mismos forman parte activa, atendiendo a los más necesitados, encargándose de darles medicinas, de ponerles inyecciones, darles oxígeno y ayudarles a hacer las rehabilitaciones. No es muy halagüeña que digamos la situación de los viejos, desde el punto de vista sanitario. Por si fuera poco, se habla con preocupación de la eutanasia y este no es un asunto menor, no sea que con esto de la crisis aparezca algún descerebrado que venga a decirnos que el Estado no puede alimentar tantas bocas.

 

Después de la salud, la cuestión económica es la que más preocupa a la gran mayoría de los viejos. Ella se ha convertido en la amenaza real que gravita sobre sus cabezas. El mero hecho de hacerse viejo es ya sentir de cerca la presencia de la pobreza. Según el informe de Caritas, son muchas las personas mayores que están bordeando los umbrales de la menesterosidad. En el año 2000 la mitad de los pensionistas contributivos cobraban unas 65.000 de las antiguas pesetas, es decir lo justo para "ir tirando" malamente. La crisis económica ha venido a agravar su situación y lo que ayer era poco hoy es insuficiente y mañana, ni se sabe….  La  imagen de muchos viejos recogiendo cartones por la calle y buscando entre los contenedores de desperdicios forma parte del paisaje urbanístico.  Muchos abueletes lo están pasando mal. Lo que sucede es que la pobreza de las ancianas y los ancianos no crea alarma social, con sobrevivir ya tienen bastante.

 

En tercer lugar, hay que denunciar la marginación a la que se ven sometidos los viejos. Para mí, el gran drama de estas personas es el abandono y olvido en que viven, algo así, como si fueran unos apátridas que no entienden ya la cultura vigente de los nuevos tiempos, ni la gente que les rodea comprende la suya. Pocas cosas tan dolorosas como ésta. De una u otra forma la vejez tiene hoy como compañera inseparable la soledad. Casi la mitad de los viejos que viven en las grandes urbes, declaran sentirse solos. Las cifras nos hablan de que 26 millones de personas en Europa viven solos y es que los viejos apenas cuentan, diría más, casi molestan. Hoy lo que se lleva es ser joven; si uno no es joven ya no es nadie en la vida. Así de sencillo. A nuestra sociedad consumista no le interesan quienes ni producen ni consumen. Está claro que faltan espacios sociales para la tercera edad.

 

Lo dicho y más que se podía decir nos lleva a la conclusión de que se está necesitando con urgencia la creación de un cultura de la ancianidad. Sin dejar de reconocer las buenas intenciones manifestadas en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, Pactos Internacionales de Derechos Humanos, Plan de Acción Internacional sobre Envejecimiento, Naciones Unidas de 1991 para dar solución al problema de la tercera edad etc., lo cierto es que no se han visto reflejadas en terreno de los hechos. Los derechos básicos de los adultos mayores acordados por el convenio de Ginebra de las Naciones Unidas, donde se habla de derecho de participación, derecho de cuidados, derecho de autorrealización, derecho de independencia, derecho de dignidad, están muy bien, si no fuera porque es sólo una declaración de intenciones cuando la realidad es que faltan oportunidades de participación en la política, en economía o en actividades sociales. Ni siquiera se les está dando amor y respeto, que al menos serviría como bálsamo, pues como bien decía Cicerón: "El peso de la edad es más leve para el que se siente amado y respetado por los jóvenes". Hasta ahora lo que la mayoría de los estados han ofrecido a los ancianos han sido programas sociales. Los mayores merecen algo más. Ya es un milagro que nuestros mayores no hayan perdido la esperanza.

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