Si fuera verdad, como se dice,
que gracias a los mayores y a sus sacrificios nuestra sociedad ha podido
disfrutar de un alto nivel de bienestar, si fuera verdad que nos han trasmitido
una riquísima herencia humana y económica que nosotros hemos dilapidado, no
queramos ahora que sean ellos los que paguen las consecuencias de la crisis,
porque entonces no es ya sólo que pecaríamos de insolidarios sino también de injusta
ingratitud. El colectivo de ancianos está ahí, forman parte de nuestra sociedad
y hay que encontrarles un lugar en nuestro mundo. Cada vez más se hace
necesario diseñar una cultura de la ancianidad, destinada a acoger y valorar
como merecen a estas personas, que aún siguen dispuestas a continuar prestando
un servicio a la sociedad, acogiendo a las ovejas descarriadas que han caído en
el pozo de la droga, el sida o el paro, que están dispuestos incluso a hacer de
canguros, de voluntarios o de lo que haga falta.
Con esto de la crisis las cosas
se han ido empeorando también para las personas mayores y ya son muchos los que
están pasando por situaciones comprometidas. Tres necesidades básicas son las
que a los mayores les quitan el sueño. La salud sería lo primera de todas. Se
trata de un derecho básico y cuando hablamos de salud estamos hablando de
enfermedades, pero también de discapacidad, de limitaciones, de higiene, de
minusvalía, etc. Según reconoce el artículo 51 de nuestra Constitución, es un
deber del Estado proteger de modo especial a las personas mayores, velar por su
integridad física y emocional; sin embargo el cuidado de los ancianos es una
carga que, en España, siguen soportando las familias. Hay que mejorar
Después de la salud, la cuestión
económica es la que más preocupa a la gran mayoría de los viejos. Ella se ha
convertido en la amenaza real que gravita sobre sus cabezas. El mero hecho de
hacerse viejo es ya sentir de cerca la presencia de la pobreza. Según el
informe de Caritas, son muchas las personas mayores que están bordeando los
umbrales de la menesterosidad. En el año 2000 la mitad de los pensionistas
contributivos cobraban unas 65.000 de las antiguas pesetas, es decir lo justo
para "ir tirando" malamente. La crisis económica ha venido a agravar
su situación y lo que ayer era poco hoy es insuficiente y mañana, ni se
sabe…. La imagen de muchos viejos recogiendo cartones
por la calle y buscando entre los contenedores de desperdicios forma parte del
paisaje urbanístico. Muchos abueletes lo
están pasando mal. Lo que sucede es que la pobreza de las ancianas y los
ancianos no crea alarma social, con sobrevivir ya tienen bastante.
En tercer lugar, hay que
denunciar la marginación a la que se ven sometidos los viejos. Para mí, el gran
drama de estas personas es el abandono y olvido en que viven, algo así, como si
fueran unos apátridas que no entienden ya la cultura vigente de los nuevos
tiempos, ni la gente que les rodea comprende la suya. Pocas cosas tan dolorosas
como ésta. De una u otra forma la vejez tiene hoy como compañera inseparable la
soledad. Casi la mitad de los viejos que viven en las grandes urbes, declaran
sentirse solos. Las cifras nos hablan de que 26 millones de personas en Europa
viven solos y es que los viejos apenas cuentan, diría más, casi molestan. Hoy
lo que se lleva es ser joven; si uno no es joven ya no es nadie en la vida. Así
de sencillo. A nuestra sociedad consumista no le interesan quienes ni producen
ni consumen. Está claro que faltan espacios sociales para la tercera edad.
Lo dicho y más que se podía
decir nos lleva a la conclusión de que se está necesitando con urgencia la
creación de un cultura de la ancianidad. Sin dejar de reconocer las buenas
intenciones manifestadas en