Si alguien allá por los años sesenta hubiera tenido que imaginar la España del
siglo XXI, con seguridad que tal representación no reflejaría la realidad del
momento presente. ¡Ah!.. a nuestra España nos la han cambiado, la de ahora, poco tiene que ver con la España que yo
conocí en mi juventud. Me pregunto, si ello pueda ser debido a que el recuerdo
mejora el pasado , tal vez... la crisis
generalizada a nivel mundial lo explique todo; pero no, siempre llego a la misma conclusión, que es la de que, para
entender el cambio tan radical y rápido operado en España ha tenido que haber
mucha claudicación, (por no decir traición), muchas ansias de revanchismo y no
poco papanatismo por parte de la
ciudadanía que se tragó el anzuelo de la transición. La ruina de la familia, de
la escuela, de la sociedad, y de la
propia nación han sido tan devastadora y aceleradas que supera lo imaginable ¿
Que se podía y se puede esperar de una sociedad materialista olvidada de Dios
que se fundamenta en el juego de intereses
políticos, que convierte el consenso y la mayoría aritmética en el único
principio universal inapelable? Pues bien,
no se trata ya de previsiones, ahí están los resultados, para el que
quiera verlos.
El materialismo y la pérdida de
sentido trascendente de la vida están llevando a las democracias occidentales a
una situación deplorable. Los signos socio-culturales, que en ellas se
detectan, son los característicos de las
sociedades enfermas. La actual crisis que padece Occidente es francamente
alarmante. El egoísmo y el hedonismo envilecedor se hacen presentes en
múltiples manifestaciones de la vida de nuestro tiempo. Se vive para el
disfrute del momento presente. Las jóvenes generaciones, han hecho del “ Carpe
diem” en su versión pagana, el sentido de sus vidas. “Disfruta hasta la
saciedad”. “Aparca el coche y ponte morado de alcohol”. “Experiméntalo todo
mientras puedas”. “Vive a tope y muérete
joven y bonito”. Hasta cierto punto resulta lógico que así piensen,
quienes han ido creciendo en el vacío, con una carencia de valores e ideales.
Nunca como
hoy se ha hablado tanto de libertad y liberación, cuando lo cierto es,
que seguramente, nunca como ahora las
gentes han estado tan esclavizadas por los más bajos instintos. La presunta
represión sexual de antaño ha sido sustituida por la brutal obsesión sexual de
ahora. Una ola de hipersexualidad nos invade. Hombres y mujeres han convertido
al sexo en tema generalizado de sus conversaciones, se hace uso y abuso del
sexo, se negocia con el sexo, se vive para el sexo. Hoy quien no esté bien dotado sexualmente hablado no es nadie.
Se nos ha querido hacer creer que
la democracia es el régimen de las
libertades, que con ella comenzaríamos a ser
hombres libres, liberados, cuando en realidad, lo que hoy abundan, son
los hombres esclavos de sí mismos, que es la peor de las esclavitudes. En el
supuesto “régimen de libertades” en que vivimos, se da también por sentada
la libertad de expresión; pero lo que en
realidad prima es una interesada y
manipulada información parcialista, con la que los forofos y propagandistas del
sistema hacen méritos, ejerciendo en ocasiones como detractores de personajes y
acontecimientos memorables de nuestra historia o de la historia universal, que quedan fuera de los esquemas ideológicos y pretensiones
del sistema. Ellos sí tienen fácil el acceso a las emisoras de radio o la
televisión, a los periódicos o a las revistas y demás medios de comunicación.
Pero ¿ que sucede con el que va por libre e independiente? Es un hecho que quien ha decidido permanecer
fiel a sus principios y convicciones sin doblegarse a las exigencias del
sistema, a ése le será difícil hacerse
oir en este “régimen de libertades”. Todo sabemos lo que sucedió con el
periódico “ El Alcazar.”
El desprecio por la dignidad humana, la falta de respeto a un derecho
tan fundamental, como es la vida de las personas más indefensas, la alarmante
espiral de violencia callejera y doméstica, que venimos padeciendo en España,
nos transportan a la preocupante realidad española, convirtiéndose en indicadores que nos avisan de que algo no va
bien, por más que algunos intenten encontrar explicaciones para todo. ¿ No será
que nos está haciendo falta recuperar en nuestra sociedad algo que se ha
perdido?
Instalados como estamos en una cultura relativista,
nos estamos acostumbrando a ver con naturalidad
todo lo que pasa, por muy absurdo
y monstruoso que ello sea .No sé lo que la mayoría de la gente piensa al
respecto, pero yo al menos, por más vueltas que le doy, no logro
conciliar el sentido cristiano de la vida, basado en valores absolutos y verdades reveladas, con
un sistema instalado en el relativismo antropocentrico. Desde los tiempos de la Grecia Clásica
vemos ya a los demócratas sofistas
impregnar de relativismo sus enseñanzas, algo que de ningún modo pudo ser asumido por los
grandes maestros del pensamiento, como fueron Sócrates y Platón a quienes su
conciencia no les permitió ser ni relativistas, ni demócratas. Yo tampoco, en mi condición de
católico, lo confieso, podría nunca encontrarme cómodo en un sistema, donde
faltara la referencia a las verdades absolutas en las que creo y espero.
Bien mirado, los sistemas relativistas, demoledores de todas las
convicciones y seguridades, resultan ser no menos perjudiciales que el materialismo
marxista, tantas veces condenado por la Iglesia, sobre todo teniendo en cuenta que bajo
la capa de tolerancia, el relativismo
nos muestra su engañoso atractivo, como medio eficaz para la convivencia
pacífica. Ya S. Pio X no disimuló su
repulsa a la Democracia
cristiana y a sus seguidores y Juan Pablo II en la encíclica Veritatis Splendor
nos advierte que “después de la caída
del marxismo, existe hoy un riesgo no menos grave, la alianza entre democracia
y relativismo ético” severas palabras que no han tenido el eco deseado, siendo
silenciadas, incluso en los ámbitos católicos. El problema está ahora en saber
si puede darse un sistema democrático
“stricto sensu” que no sea relativista. ¿ No lo son acaso los actualmente
vigentes?
Naturalmente, el problema del relativismo no es una cuestión que
afecte solamente a la cultura, sino que representa toda una atmósfera, en la
que se ven inmersas múltiples manifestaciones del comportamiento personal y
social. Por esto mismo siempre he pensado, que lo que está en peligro no es
sólo la cultura de nuestros ciudadanos, sino su ethos personal, su formación
moral y humana, hasta el punto que si no
se actúa a tiempo, el mal puede ser difícilmente
reparable. Si alguien piensa que
exagero, que se pare un momento a reflexionar sobre el vaciamiento religioso o
moral , la carencia de valores, la ausencia de
esas seguridades que todo hombre necesita para vivir y seguir siendo
hombre, la pérdida del principio de autoridad, el omnipermisivismo imperante,
todo ello y muchas cosas más, que explican la situación social en que nos
encontramos, así como la indignidad de ciertas actitudes, hábitos,
comportamientos y prácticas generalizadas en la ciudadanía.
Cuesta trabajo pensar que los dirigentes políticos y sociales no sean conscientes de lo que está pasando.
Yo quiero creer que ellos mismos están atrapados en esta misma atmósfera de
relativismo que les impide actuar. El juego democrático en el que se mueven,
les obliga a tener en cuenta todas las opiniones múltiples y contradictorias de
donde surge el caos y la confusión, haciendo de la vida cultural, un asunto enmarcado en un imposible y absurdo
neutralismo, donde todo vale. Todos debiéramos saber que la cultura de la que tanto se habla, es algo más
que un conjunto de opiniones múltiples y contradictorias; por el contrario como
su propia etimología indica, ha de servir al cultivo y mejoramiento del hombre,
para lo cual ha de descansar en unos
principios universalmente válidos, con
unas referencias sólidas y seguras, que arrancan de la propia naturaleza
humana, la cual en esencia es inmutable, universal y que nos indica cual
ha de ser el fin último del hombre al que todos
debemos tender. Como bien se ve, estos cimientos en los que debe
descansar una auténtica cultura, rebasan las meras opiniones subjetivas
múltiples y contradictorias.
En línea con el relativismo imperante en nuestra sociedad, nos encontramos, como no podía ser por menos,
con un falso permisivismo que casi todo lo tolera, sea lo que sea. Es verdad que
hoy se está hablando mucho de la cultura de los valores: pero estamos en las
mismas ¿ que valores son esos ? pues
sencillamente, de lo que se nos habla es de unos valores laicos, descafeinados,
es decir, aquellos que interesan al sistema, silenciando y ocultando los
valores fuertes que engrandecen y dignifican a la persona. Más aún, cuando en ocasiones se hace referencia a algún valor cívico-moral significativo,
como puede ser el de la libertad o el de la tolerancia, resulta, que cada cual
desde su subjetivismo, pone en marcha su
personal interpretación, que a veces poco o nada tiene que ver con la realidad
de las cosas y es que el relativismo institucional que nos está tocando vivir,
no va más allá de las puras valoraciones subjetivas. De este modo, con
frecuencia se llega a confundir libertad con libertinaje, tolerancia con
omnipermisividad, amor con sexo, verdad con certeza, folklore con religión ,
ética con estética y en general se
confunden los valores morales con las valoraciones interesadas o caprichosas que cada sujeto realiza, no
acertando a distinguir entre lo que es la objetividad del valor en sí y las
valoraciones subjetivas que del mismo se
puedan hacer
En esta situación en la que nos encontramos
no es nada fácil afrontar la verdad del hombre, descubrir cual es su misión,
cual es su naturaleza y cual el sistema de valores, al que debiéramos ajustar
nuestro comportamiento; pero sobre todo es difícil descubrir nuestra dimensión
trascendente, que es lo que verdaderamente puede dar