Hay quien se queja de que hoy se habla poco de
los novísimos como poco se habla también
del sexto mandamiento. A lo que se ve,
esto no va con los nuevos tiempos y podían herir la sensibilidad del hombre moderno. Sin solución de continuidad hemos pasado de
un extremo al otro. De vivir
obsesionados con estos temas hemos pasado a olvidarnos ellos y yo pienso que
ello es un error, porque la razón última
de nuestra existencia hay que buscarla en lo que nos sucederá después de que la vida aquí
abajo haya pasado. Suponemos que algo nuevo y distinto comenzará para nosotros
cuando hayamos acabado el peregrinar por este mundo, porque de otra forma
tendríamos que dar la razón a los existencialistas y comenzar a pensar que el
hombre es una pasión inútil y que no merecía la pena haber nacido.
El
tiempo ha ido demostrando que los efectos han sido otros muy distintos ; pero
ello no quiere decir que tengamos que dejar de hablar de estas realidades, sino
que debiéramos hacerlo de forma diferente de como se hizo en el pasado. Hay que
seguir hablando de nuestro destino, de la muerte como compañera inseparable del
ser humano y también de la inmortalidad que nos espera ; pero hay que hacerlo
con rigor teológico, distinguiendo la realidad de la ficción y respetando
siempre el misterio escatológico, sin caer en supercherías. Nos lo dijo muy
claramente Benedicto XVI; «También hoy es necesario evangelizar sobre
la muerte y la vida eterna, realidades particularmente sujetas a creencias
supersticiosas y sincretismos, para que la verdad cristiana no corra el riesgo
de mezclarse con mitologías de diferentes tipos».
Va en
la condición humana sentir miedo ante la muerte hasta que te das cuenta que no
deja de ser un episodio más de una historia que continua; no puede ser que nos
olvidemos de la esperanza cristiana que nos asegura de que aunque nacemos para morir; morimos para
volver a nacer. Hubo un tiempo en que
desde fuera se nos veía a los cristianos como los predicadores de la muerte,
cuando a lo que estamos llamados es a ser testigos de la Resurrección de
Jesucristo. Con la mejor intención pedagógico-catequética sin duda se han cometido errores y exageraciones que
conviene corregir.
Hasta tiempos relativamente recientes, que
muchos hemos conocido, la existencia del limbo, por ejemplo,
aparecía en los catecismos como doctrina a tener en cuenta por todo buen
cristiano. El limbo se nos decía era el lugar , sin sufrimientos y sin
gozos, ni bueno ni malo, inmerso en un vacío legal y ubicado en lugar próximo a
las batuecas, donde irían los niños que morían sin bautizar, hasta que en 2004
Juan Pablo II nombrara una comisión
teológica internacional para que revisara esta doctrina sobre su
existencia que al final ha acabado por
ser desestimada . También sobre el
purgatorio y el infierno ha habido cambios importantes de orientación.
Veamos.
Durante mucho tiempo en el mundo católico, el purgatorio y el infierno eran los temas más recurrentes en las catequesis y predicaciones. Todos se referían a ellos. Artistas, escritores y predicadores movidos por el celo apostólico rivalizaban entre sí a ver quien ofrecía una imagen más macabra del infierno con el fin de acongojar a las conciencias y así disuadirlas de seguir pecando. El purgatorio y sobre todo el infierno eran presentados como lugares envueltos en llamas, donde el cuerpo y las almas de los condenados se derretían como la cera.
Ciertamente, no se cuestiona la existencia del infierno, ni del purgatorio; pero si se cuestionan otros aspectos relacionados con su naturaleza y con sus destinatarios, como puede ser la del número de los que se salvan y los que se condenan. Sabemos los nombres y apellidos de un ingente número de personas que están gozando de Dios en el cielo; pero no tenemos certeza de ninguno hombre o mujer que haya sido castigado con la condenación eterna. Según palabras de Juan Pablo II. “ No nos es dado conocer, sin especial revelación divina , si los seres humanos, y cuales, han quedado implicados efectivamente en ella” . Palabras que dan mucho que pensar y que habría que tener muy en cuenta a la hora de emprender una reelaboración actualizada de la Teología Escatológica. En cualquier caso lo que hoy parece claro es que desde la perspectiva cristiana, la muerte no debiera ir asociada a un miedo aniquilador, sino a un esperanza liberadora, según las palabras de Cristo: “ Yo te resucitaré en el día final”