“Apunte
histórico de la relación de
Franco con la Iglesia”
I Franco aclamado
Caudillo victorioso de la Cruzada
Tratamos de compendiar las relaciones
de Franco con la Iglesia Católica, en el espacio comprendido entre el comienzo
de la cruzada hasta el cambio de rumbo con la transición, casi medio siglo, en
el que nuestra Nación vivió acontecimientos trascendentales.
La historia fue la que fue y nadie podrá
arrebatar el honor al Caudillo de España de haber sido el primero en derrotar
al comunismo, enemigo acérrimo del cristianismo, nadie podrá borrar de su hoja
de servicio el haber luchado y servido con pasión en favor de una Nación tradicionalmente católica hasta los tuétanos
y ser aclamado como el caudillo victorioso. De él se han escrito páginas
brillantísimas ensalzando su figura como militar, como gobernante, como
estadista. De lo que no se ha hablado tanto ha sido de su condición de católico
singular. En el trascurso de su vida y mucho más a la hora de su muerte,
momento de suprema sinceridad, el que fuera Jefe del Estado Español demostró
ser un hombre profundamente religioso, creyente, piadoso y devoto, de acendrada espiritualidad, tanto en su vida
privada como pública, lo que hizo que
“Las Leyes Fundamentales del Movimiento” pudieran impregnadas de
espíritu cristiano la vida nacional. Por
todo ello habría de ser premiado merecidamente con la nobilísima condecoración
del “Collar de la Orden Suprema de
Cristo”, en cuyo documento de concesión se decía: “ Entre todos los Jefes de Estado es el
más querido de la Iglesia”, pero por
las razones que todos sabemos
seguramente nunca le veremos en los altares, si bien no faltaron canonistas, religiosos y personas de iglesia, que
solicitaron “la instrucción de la causa
de Canonización”.
Durante su mandato las relaciones con la Iglesia no
siempre fueron cordiales, hasta el punto de poder hablarse de dos etapas bien
diferentes durante su mandato, que coinciden con los periodos pre y
posconciliar; pero en honor a la verdad, habría que decir, que no fue Franco
quien cambió. Él se mantuvo siempre firme en sus convicciones y en su
proyecto, mostrándose leal hijo de la Iglesia, aunque no siempre se le
respondió con la misma moneda. En el
último periodo de su mandato tendremos
que hablar de desencuentros, deslealtades,
ingratitudes por parte al menos de una fracción ecclesiática, que empañó su imagen y trató de sepultar su memria en el olvido,
después de haber hecho todo lo que hizo por la Iglesia. Sirviéndome de datos
tomados de diversas fuentes (entre otras “ Laicismo y nueva religiosidad”
Editado por la Edit. Mensajero en 2012) voy a tratar de reconstruir este retazo
histórico, que ofrezco diseccionado en cuatro apartados y que se inicia con su
aclamación como caudillo de España por
el pueblo y muy especialmente por la Iglesia como veremos a continuación.
En un primer periodo del mandato de Franco, de 1939 a
1960, puede decirse que hubo un buen entendimiento entre La Santa Sede y el
Estado Español. Después de la cruel persecución religiosa, que inundó de sangre
el suelo patrio, después de tres largos años de una guerra civil, en la que
hubo mucho dolor y mucha muerte en los dos bandos, llegó la paz a España; fue
el 1 de abril de 1939; fecha histórica en que se proclamaba el final del
enfrentamiento, con el triunfo de las tropas nacionales, victoria que la Iglesia
Española y la Santa Sede celebrarían con entusiasmo. Los obispos españoles
masivamente, con insignificantes excepciones, como pudo ser la del obispo
catalán Vidal y Barraquer, se mantenían
unidos a Franco en defensa de la misma causa.
Desde los comienzos, la jerarquía eclesiástica española no disimuló su postura decidida a favor del bando
nacional, haciéndola patente en una memorable Carta
Colectiva del Episcopado Español con
46 firmantes. Documento históricamente importantísimo que sirvió
en su momento, entre otras cosas, para dar a conocer al mundo la verdad de lo que estaba sucediendo en España y así
deshacer toda duda sobre la legitimidad de la sublevación del movimiento cívico
-militar y poner en claro dónde estaba y porqué luchaba cada bando. Del Documento en cuestión, totalmente fidedigno, vamos a entresacar algunos
párrafos que puedan iluminar la mente de muchos españoles de nuestro tiempo, intoxicados por las leyes
gubernamentales socialistas de “Memoria
histórica y democrática” . Comenzamos desde el principio: “Quede, pues, asentado, como primera
afirmación de este Escrito, que un quinquenio de continuos atropellos de los
súbditos españoles en el orden religioso y social puso en gravísimo peligro la
existencia misma del bien público y produjo enorme tensión en el espíritu del
pueblo español; que estaba en la conciencia nacional que, agotados ya los
medios legales, no había más recurso que el de la fuerza para sostener el orden
y la paz…no le quedaba a España más que esta alternativa: o sucumbir en la
embestida definitiva del comunismo destructor…o intentar, ese esfuerzo titánico
de resistencia, librarse del terrible enemigo y salvar los principios
fundamentales de su vida social y de sus características nacionales”.
Cierto que los contendientes eran todos españoles, pero no se les puede meter
en el mismo saco a los dos bandos. De una parte estaban los españoles
defensores de la Madre Patria y de
la otra parte estaban los anti- españoles, pro- comunistas, enemigos de
España y de sus esencias… “La revolución fue
esencialmente 'antiespañola'. La obra destructora se realizó a los gritos de
"¡Viva Rusia!", a la sombra de la bandera internacional
comunista.”… Pero, sobre todo, la
revolución fue "anticristiana". De una parte estaban
los que querían que España dejara de ser lo que siempre había sido y del otro
bando estaban los defensores de la civilización cristiana, observación esta que
no debe pasar desapercibida si queremos colocar a cada cual en el lugar que le
corresponde. “El alzamiento
cívico-militar fue en su origen un movimiento nacional de defensa de los
principios fundamentales de toda sociedad civilizada”…“Afirmamos que el
levantamiento cívico-militar ha tenido en el fondo de la conciencia popular de
un doble arraigo: el del sentido patriótico, que ha visto en él la única manera
de levantar a España y evitar su ruina definitiva; y el sentido religioso, que
lo consideró como la fuerza que debía reducir a la impotencia a los enemigos de
Dios”. La carta se dio a conocer a los ámbitos internacionales y
actualmente es de obligada referencia para que todo aquel hombre de buena
voluntad que quiera saber la verdad tenga acceso a ella y no se deje manipular
por bulos infundados.
De todos es sabido que después de tres años de
contienda, el bando nacional alcanzaba el triunfo, que fue dado a conocer aquel
memorable 1 de abril de 1939 y a Pio XII le faltó tiempo para felicitar a
Franco por su victoria en estos términos. “Levantando nuestro corazón al
Señor, agradecemos sinceramente, con Vuestra Excelencia, deseada victoria
católica España. Hacemos votos porque este queridísimo país, alcanzada la paz,
emprenda con nuevo vigor sus antiguas tradiciones, que tan grande lo hicieron.
Con estos sentimientos, efusivamente enviamos a Vuestra Excelencia y a todo el
pueblo español nuestra apostólica bendición”. A lo que Franco prontamente
respondió con este telegrama efusivo “Intensa
emoción me ha producido paternal telegrama de Vuestra Santidad con victoria
total de nuestras armas, que en heroica cruzada lucharon contra los enemigos de
la Religión, de la Patria y de la Civilización Cristiana. El pueblo español que
tanto ha sufrido eleva también con Vuestra Santidad su corazón al Señor, que le
dispensa su gracia y le pide su protección para la gran obra del porvenir y
conmigo expresa a Vuestra Santidad inmensa gratitud por sus frases apostólicas,
bendición que ha recibido con honda emoción y religioso fervor hacia Vuestra
santidad” (Diario de la Guerra Civil de enero a abril 1939 pág. 9)
El 16 de Abril de 1939 Pío XII emocionado volvía a
mandar otro mensaje de congratulación a quienes "se habían propuesto la
difícil tarea de defender y restaurar los derechos y el honor de Dios y de la
Religión". “Con inmenso gozo, nos
dirigimos a vosotros, hijos queridísimos de la Católica España, para expresaros
nuestra paterna congratulación por el don de la paz y de la victoria, con que
Dios se ha dignado coronar el heroísmo cristiano de vuestra fe y caridad”…
( Discurso de Congratulación. 16-4-39) Era el reconocimiento oficial de la
Iglesia a unos hombres que se jugaron la vida por Dios y por España y nada
menos que el Papa, quería expresar su agradecimiento en la persona de Francisco
Franco, Generalísimo de las tropas nacionales.
II Franco y la Iglesia codo a codo en la reconstrucción de una España
rota
Finalizada la guerra civil y
liberada España de la amenaza comunista, lo que tocaba ahora era reconstruir a
una Nación arrasada material, moral y espiritualmente. En un primer periodo,
Franco se sintió arropado por una Iglesia responsable y agradecida. Durante
muchos años el poder civil y religioso remarían en la misma dirección,
promoviendo los valores humanos y cristianos que habían hecho grande a España.
El mismo papa Pío XII ensalzaba a su gobernante, expresándole su singular
afecto y reconocimiento. En 1952 Barcelona era designada como sede, para que
allí se celebrara el Congreso Eucarístico. En 1953, a petición de Franco, se
firmaba el Concordato del Estado Español con la Santa Sede, por el que
mutuamente eran reconocidos derechos y privilegios.
No solo Pio XII, también Juan XXIII,
tuvo en gran estima a Francisco Franco,
como se desprende del testimonio revelado por Mons. Guerra Campos, según el
cual : “El Papa Juan XXIII habría
encargado expresamente a un cardenal de la Curia Romana, que en su visita a
Franco le trasladase su bendición especialísima y le asegurase la gran estima y
cariño que el Papa le tenía , añadiendo que por ciertas circunstancias el Papa
no podía decir públicamente su sentir” (Telediario del 20 de Noviembre de
1975) o también cuando dijo: “ Franco da
leyes católicas, ayuda a la Iglesia, es buen católico . ¿Qué más se quiere?”
(5 de Julio 1960, palabras del Papa al Vicario Apostólico Francisco Gómez CMF)
Bien puede decirse que durante estos primeros años no hubo ningún tipo de fisura
entre Iglesia y Estado Español, sino todo lo contrario. Nombres como el
cardenal Gomá, Enrique Pla y Deniel, Mons Eijo y Garay, Mons. Casimiro
Morcillo, Mons. José Mª Lahiguera, Mons. Marcelo González, Mons. Guerra
Campos por citar a algunos de ellos, a
los que se unían la grey; todos al unísono se sentían encantados con el nuevo
rumbo que España había tomado. Se hablaba de cruzada y el caudillo había sido
ese hombre providencial, al que se le quería, se le respetaba y casi se le
veneraba, hasta introducirlo bajo palio en las ceremonias religiosas.
El católico pueblo español parecía estar contagiado del espíritu del 18 de
Julio, seglares, religiosos, clérigos, obispos, formaban parte del denominado
“Nacional- Catolicismo”, celebrado también con entusiasmo, dicho sea de paso,
por el primado Enrique y Tarancón, por aquel entonces obispo de Solsona. De él
son estas palabras. “España, precisamente por su catolicismo, ha sido la
única nación que ha vencido totalmente al comunismo” (Carta Pastoral de 24
de Marzo de 1957.) Este “Nacional-
Catolicismo”, al margen de todo lo que se ha dicho de él de modo tan injusto,
presumiblemente con aviesas intenciones, representó la expresión de una España,
que había decidido vivir en consonancia con su fe católica, enalteciendo los
valores cristianos, en un momento en que los pueblos de Europa desertaban del
cristianismo. Esta identificación de España con el espíritu cristiano fue visto
con esperanza y llegó a ser también un referente para un Occidente, que cada
vez se iba mostrando más descreído. Eran tiempos en los que, como también dijo
Mons. Enrique y Tarancón, “en España se
creía de forma generalizada, en que la identidad nacional pasaba por su
catolicidad y por tanto existía el convencimiento de que España no podía dejar
de ser católica sin dejar de ser España”.
Tiempos de paz, de sacrificio y de bonanza fueron aquellos años para una
España trabajadora y creyente, dispuesta a volver a ser lo que le correspondía
por su historia centenaria. Una, Grande, Libre y Católica. Si gloriosa fue la
victoria del Generalísimo en la guerra, lo iba a ser mucho más en la paz. A la hora de referirnos a este periodo
histórico de España es de justicia reconocer que Franco contó, prácticamente,
con el apoyo generalizado del clero, lo
cual resulta no sólo explicable, sino completamente lógico, si tenemos en
cuenta la deuda contraída con el “Caudillo” que tantos logros había conseguido,
siendo reseñables entre otros, el
que gracias a él la Iglesia Española
fuera rescatada y puesta a salvo de una posible extinción, gracias a él España
y posiblemente también Europa pudieron
mantener su identidad, autonomía e independencia, frente a la opresión de la
Rusia Comunista. La neutralidad durante la Segunda Guerra Mundial, tuvo también
consecuencias positivas para una Iglesia que había sido muy castigada. Como
consecuencia de todo ello llegó el resurgir
de la Iglesia Española amparada por los
Principios del Movimiento. Nadie podrá negar que el “Nacional- Catolicismo”
tuvo su apoyo en el Segundo Principio Fundamental del Movimiento: “La Nación Española considera como timbre de
honor el acatamiento de la ley de Dios, según la doctrina de la Santa Iglesia,
Católica, Apostólica y Romana”. Texto que mereció todas las bendiciones
eclesiásticas y no era para menos, porque de una forma u otra la Iglesia había
venido repitiendo que su máxima aspiración
era precisamente que la legislación civil de los estados estuviera impregnada
del espíritu cristiano
Durante el periodo preconciliar la Iglesia Española, dígase lo que se diga,
vivió una floreciente primavera. Ahí están las cifras y los hechos. Los templos
rebosantes de fieles, la Acción Católica pujante. De los 2000 seminaristas se
pasa a 8000. En el periodo que va del 1954 al 1956 se ordenan cada año 1000
sacerdotes. El clero español pasa a ser el más joven del mundo. La Sociedad y
la Nación españolas estaban cohesionadas en torno al vínculo religioso sin
fisuras, había vitalidad en las instituciones y España entera estaba animada por un mismo espíritu
cristiano. Existía una moral exigente, que se ajustaba a las normas católicas,
dentro de una atmósfera de compromiso, aunque nadie niega que debido al signo
de los tiempos y las circunstancias, puede que hubiera algún exceso de puritanismo y algo de hipocresía religiosa encubierta ,
aún con todo, bien se puede decir que el clima
de religiosidad en general fue
favorable y muy en consonancia con las
tradiciones sociales y familiares de un pueblo de honda raigambre
religiosa. Es preciso recordar también
que llegado el momento, la libertad religiosa proclamada por el Concilio
Vaticano fue aceptada sin ningún problema por la legislación del Estado
Español, sin la menor resistencia, a sabiendas que el estado confesional es
totalmente compatible con la libertad religiosa ¿Quién ha dicho que la libertad
religiosa solamente puede garantizarla un estado laico o aconfesional? Es más,
si nos atenemos a los hechos, habría que decir todo lo contrario. ¿Qué libertad
religiosa existe hoy con unos gobernantes laicos, que han hecho suyo un
despotismo presidido por el pensamiento único? Lo lamentable habría de ser que a pesar de la buena voluntad manifestada por el jefe del Estado Español al admitir la
libertad religiosa, ello no
serviría para nada, pues con la llegada
del Cardenal Montini al Pontificado, la suerte estaba echada y todo iba a
cambiar de la noche a la mañana como veremos a continuación
III Periodo de desencuentro entre Iglesia y Estado
Español
Con la llegada de Pablo VI a la Sede de Roma comienza
un periodo de desavenencias e incomprensiones, coincidente con la última fase
del Concilio Vaticano II. No fue ninguna sorpresa que
Pablo VI, seguidor de Maritain,
representara en el ejercicio de su cargo una quiebra en las buenas
relaciones con el gobierno de Franco. Conocida era la trayectoria del cardenal
Montini y no cabía hacerse muchas ilusiones, más bien se esperaba que su
pontificado iba a traernos consecuencias no deseables, como así fue. Efectivamente, no tardó mucho en manifestar
su interés en que la Iglesia Española se desmarcara del Régimen franquista. Con
Pablo VI iba a comenzar un nuevo periodo en el que las relaciones Iglesia y
Estado cambiarían de rumbo. Para llevar a cabo esta “operación de desenganche”,
Montini procedió con toda rapidez al relevo de 35 obispos de libre designación,
todos ellos de su cuerda. Con esta medida la jerarquía leal a Franco quedaba
desarticulada. La nominación se hizo de forma tan precipitada, que según testimonia
el ex-ministro Gonzalo Fernández de la Mora, alguno de ellos ni tan siquiera
pudo ser nombrado, bien porque tenía solicitada la secularización o bien porque
pensaba hacerlo. Si a esto unimos la eficiente colaboración de tres de sus
hombres de confianza como fueron Mons. Giovanni Benelli, el nuncio Luigi
Dadaglio y el converso Mons. Vicente Enrique y Tarancón, nada tiene de extraño
que sucediera lo que sucedió. A partir de aquí vamos a asistir a una
metamorfosis profunda sufrida por la Iglesia Española Posconciliar.
En breve espacio de tiempo, la Iglesia Española quedaba escindida en dos
mitades, con el consiguiente desconcierto y desorientación para los fieles. El
vigor espiritual se iría debilitando y un incontrolado aperturismo progresista
daría origen a que en la pujante Acción Católica se filtraran elementos
ideologizados, que acabarían dinamitándola por dentro. Es así como los
comunistas pudieron hacer desde dentro lo que les hubiera sido casi imposible
conseguir desde fuera. El propio testimonio de los dirigentes comunistas, lo
dice todo. “ Los católicos, declaraba por entonces Carrillo, son
nuestros más fieles aliados…El comunismo nunca hubiera podido llegar tan
adelante como ha llegado, de no haber contado con la ayuda de la Iglesia
Posconciliar”. (Le Figaro 3 de febrero de 1967). Los comunistas infiltrados
no perdieron el tiempo y pronto de forma astuta comenzaron a maquinar contra el
régimen nacido de la Cruzada que les había derrotado. No fueron solamente estos comandos de izquierda
integrados en el frente antifranquista,
había también no pocos prelados empeñados en una operación de desgaste contra
el régimen de Franco.
Sirviéndose del apostolado seglar, se formaron grupos integrados por
marxistas y católicos que so pretexto de unas reivindicaciones justas trataron
de tumbar el régimen del 18 de Julio. Así se expresaba Santiago Álvarez en la
Revista Internacional de Praga en junio del 1965 “Es una realidad que los estudiantes católicos participan cada vez más
directa y activamente junto a los comunistas, en la lucha estudiantil. En las
huelgas y manifestaciones universitarias, en las últimas semanas, están tomando
parte junto a la FUDE, la UDE, la JEC, incluso los estudiantes de la
Universidad Católica de Comillas, los de Deusto y los del Opus Dei de Navarra”.
Álvarez nos aclara también que no solo los militantes de ciertas organizaciones
del apostolado seglar colaboraban con los comunistas, sino que contaban con la
simpatía y apoyo de numerosos sacerdotes e incluso con parte de la jerarquía eclesiástica. La situación llegó a ser tan escandalosa que
obligó a las comisiones episcopales a intervenir. En definitiva, lo que estaba
pasando en estos sectores de la Iglesia respondía a un incontrolado desmadre. Un sector importante del catolicismo español,
imbuido de un falso aperturismo posconciliar y de forma un tanto ingenua, se
puso a colaborar con los marxistas, creyendo que picarían el anzuelo y se
harían cristianos; pero el resultado final fue otro bien distinto, al final
fueron muchos cristianos quienes se convirtieron al marxismo, lo que no dejaría
de tener funestas consecuencias para la Católica España.
Por si fuera poco, la falta de entendimiento entre Franco y Pablo VI se vio
agravada por dos sucesos acaecidos en España en los últimos años del
franquismo, que vinieron a complicar la situación. Uno de ellos lo protagonizó
el obispo vasco Mons. Añoveros. El 24 de febrero de 1974 fue leída una homilía
en las iglesias de su diócesis en la que se defendía el derecho del Pueblo
Vasco a su identidad. Este hecho fue visto como un ataque a la unidad de España
y motivó un grave enfrentamiento con el Gobierno Español, que en principio
respondió con el arresto domiciliario del prelado, siendo considerado como
“persona non grata” y a punto estuvo de ser expulsado del territorio nacional,
de no haber mediado la intervención de Franco, que se opuso a tomar esta
medida; otra vez el hombre providencial,
que con gran sentido de Estado evitó daños mayores para él y su Gobierno, de esta forma
consiguió que las relaciones entre el Estado Español con la Santa no se
deterioraran aún más de lo que estaban.
El otro acontecimiento no menos
grave estuvo protagonizado por el proceso de Burgos en el que fueron condenados
a pena de muerte seis terroristas pertenecientes a ETA. Las súplicas de
clemencia de Pablo VI no fueron escuchadas, por entender el Gobierno que era
una intromisión indebida en los asuntos internos nacionales, pero que el Papa
no lo vio así y el resultado se tradujo en una mayor tensión de la que ya
existía.
Las tristísimas consecuencias de estos enfrentamientos
al más alto nivel, que se podían haber evitado, trajeron funestas
consecuencias, como pudo ser por ejemplo, cierta desorientación por parte de
los fieles y una lamentable escisión en la Iglesia Española. En los años que
siguieron al Concilio hubo que lamentar un proceso de secularización dentro de
la Iglesia, hasta el punto de que Pablo VI llegó a decir que “El humo de
satanás había entrado en el seno de la Iglesia” en referencia seguramente también a la Iglesia Española, que durante
este tiempo, lentamente se iba
desmoronando, a pesar de todo los esfuerzos del régimen por evitarlo.
Esa unidad de años atrás entre los católicos iba trocándose en pluralismo,
desorientación y desconcierto. El problema interno
de la Iglesia Española, durante este segundo periodo, fue en aumento hasta
llegar a ser especialmente delicado a partir ya de los años 70, fecha en la que
se habían secularizado 25000 sacerdotes. Los seminarios, los monasterios, los conventos comienzan a acusar la carencia de vocaciones, los
bancos de las iglesias más vacíos y los resultados que arrojaban las encuestas
resultaban ser poco alentadores. Los
efectos posconciliares comenzaron a hacerse notar hasta el punto de que años
después escucharíamos decir al papa
estas palabras. “Creíamos que después del Concilio habría habido un día de
sol para la historia de la Iglesia y por el contrario hemos encontrado nuevas
tempestades, existe incertidumbre… ha entrado la duda en nuestra conciencia”.
(Juan Pablo II Alocución en la Basílica de S. Pedro el 9 de junio de 1972).
Estamos hablando de unos tiempos en los que la Iglesia
Española estaba bastante influenciada por Monseñor Enrique y Tarancón, quien a
raíz del caso Añoveros y según el mismo nos cuenta, tenía preparada en el
bolsillo la carta de excomunión a Franco, en el caso de que la cosa hubiera ido
a mayores. Muchos de los acontecimientos que en estos tiempos turbulentos se
iban fraguando entre bastidores, han sido revelados en el libro que el Sr. Blas Piñar
escribiera titulado “Mi réplica al cardenal Tarancón.” Este anecdotario nos ofrece la clave para
entender las tensiones existentes entre el Gobierno de Franco y los dirigentes
de una Iglesia, que por aquel entonces maquinaban de forma sibilina un cambio
de orientación. No me resisto a la tentación de reproducir la
anécdota que, en uno de sus capítulos titulado “ El
Cardenal y Francisco Franco” se
nos cuenta y que ayuda a conocer al personaje
Tarancón . “Recuerdo, nos dice su autor, que uno de los ayudantes de Franco me
contó, que el Cardenal, cuando solicitaba una audiencia con el Jefe del Estado,
exigía que su nombre no apareciera en la relación de visitantes que la Casa
Civil enviaba a los medios informativos para su publicación. Se trataba de un
doble juego. Por un lado pretendía conseguir favores de quien podía concedérselos
y por otro no defraudar o sembrar la duda en el sector progresista de la
Iglesia, que le consideraba su representante máximo”.
Tarancón sería el hombre que iba a llenar de amargura
los últimos años del Caudillo e incluso meses ante de morir le haría llorar
amargamente, al enterarse de que tenía preparada una excomunión para él.
A pesar de
las tormentas, el Régimen de Franco se mantuvo firme durante
36 años. Fiel al espíritu del 18 de julio cumplió con su compromiso, sabiendo
ser leal con la Iglesia y con el pueblo español
hasta su muerte, en que vuelve a relucir su espíritu reconciliador y su talante eminentemente católico, tal y como
quedó atestiguado en su testamento espiritual. “Al llegar para mí la
hora de rendir la vida ante el Altísimo y comparecer ante su inapelable juicio,
pido a Dios que me acoja benigno a su presencia, pues quise vivir y morir como
católico. En el nombre de Cristo me honro y ha sido mi voluntad constante ser
hijo fiel de la Iglesia, en cuyo seno voy a morir”
Si ponemos la lupa en lo que vino inmediatamente
después, habría razones para pensar en el arrepentimiento de Pablo VI, pensando
que tal vez había sido demasiado severo para con Franco, como el mismo de alguna manera lo
recocería, pues una vez muerto el Generalísimo y después de haber leído su
testamento espiritual, iba a pronunciar
estas escuetas palabras que si se analizan cuidadosamente resultan ser
reveladoras: “¡Me equivoqué con este
hombre!… Ha hecho mucho bien a España. Merece un final glorioso y lleno de
gratitud” (Cardenal D. Vicente Enrique y Tarancón. Confesiones. P.P.C.
Madrid 1996.) Con estas palabras, hasta el mismísimo Pablo VI parece dar a
entender que la España Católica debía mucho a Franco. Por lo que respecta a
Monseñor Enrique y Tarancón, que ciertamente no va a pasar a la historia como
modelo de lealtades, habría de probar de su misma medicina, pues una vez que
murió su protector Pablo VI fue destituido fulminantemente al cumplir los 75
años y lo que es peor, habría de sentir en sus propias carnes la reprobación
del papa Juan Pablo II por haber dividido la floreciente Iglesia Española, como
veremos en el apartado siguiente.
IV De aquellos polvos, estos lodos
Desaparecido Franco el virus inoculado en la Iglesia Española permanecería
latente y no tardaría en hacer estragos, a pesar de los esfuerzos de algunos
ejemplares prelados, religiosos y seglares, fieles al “Nacional Catolicismo”
que nunca claudicaron y se mantuvieron firmes en sus posturas iniciales. La
Nación que durante un tiempo había sido ejemplo de Catolicidad, esa Nación a la
que hace pocos años en Roma se la
bautizara como la Nación Católica “baluarte de los valores morales”. “
Reserva espiritual de Occidente”, de
forma súbita iba a convertirse en una tierra descristianizada, pasando a
ser una Estado aconfesional por virtud
de la Constitución de 1978, con la que
se inicia oficialmente el llamado periodo de la Transición, en el que Mons.
Tarancón iba a ser el hombre del cambio
y el principal artífice de la nueva religiosidad española, muy bien
acompañado en estos menesteres por su
obispo auxiliar, Mons Alberto Iniesta,
de una orientación política sobradamente conocida. Las intenciones del
Obispo de la Transición eran fáciles de adivinar si tenemos en cuenta sus
propias palabras “Con gobiernos menos católicos España estará mejor”.
(“Ya” 28 de agosto de 1981). Parecidas declaraciones las tenemos en otros
presidentes de la Conferencia Episcopal Española. Las cosas comenzaban a
suceder muy de prisa y solo se podía esperar lo peor.
Conseguido el cambio de régimen con
la aparición de la partitocracia, lo que estaba en la mente de muchos políticos era conseguir que desapareciera
progresivamente todo vestigio religioso.
Se fue difuminando la identidad religiosa como pueblo y debilitando
el sentimiento de catolicidad entre los españoles. La fe durante tanto
tiempo omnipresente en la vida pública y privada comenzó a esfumarse, la
memoria de nuestros héroes y mártires fue cayendo en el olvido, la rica
herencia dejada por Franco y por su pueblo, tanto en lo espiritual como en lo
material, se fue dilapidando, hasta el punto de que España acabaría por dejar
de ser España.
No cabe duda que el talante singular de D. Vicente Enrique y Tarancón, con
los nuevos tiempos tuvo sus días de gloria; pero una vez muerto Pablo VI, su
sino se trocó bruscamente y tuvo que vérselas con Juan Pablo II en un hecho
memorable. Así nos lo cuenta Eric Juliana en “La Vanguardia” de fecha
14/08/2011. “En un momento dado, la
voz del Papa subió de tono y se hizo audible en la antesala. Karol Wojtyla
tenía enfrente al cardenal que había dirigido los movimientos de la Iglesia
durante el cambio de régimen en España, por expreso deseo de Pablo VI, Giovanni
Battista Montini, el gran intelectual católico de los años setenta. En un
momento dado, el enérgico Juan Pablo II se aproximó a su interlocutor y con
gesto de disgusto le presionó el hombro con la mano. No fue ni un golpe, ni un
empujón. Fue una señal de largo recorrido. Primavera de 1982.Para el hombre que
había acudido a Roma a presentar la preceptiva dimisión como arzobispo de
Madrid –por los 75 años recién cumplidos–, aquel palmetazo significó una triple
herida. Censura, desaprobación y reproche. "Usted será el responsable de
que el catolicismo retroceda en España, mientras nos esforzamos para doblegar
al comunismo, cada vez más débil". Don Vicente Enrique y Tarancón salió
consternado de la audiencia y pidió a su chófer que le llevase a las afueras de
Roma, a las amables colinas albanas de Tívoli y Frascati. El hombre al que
tantas veces los franquistas habían insultado al grito de "¡Tarancón, al
paredón!" estuvo paseando durante una hora en la más absoluta soledad.
Intentaba comprender”.
No obstante el proceso iniciado siguió su curso normal
y pronto nos pusimos a la cabeza en
materia de laxitud y permisivismo, hasta llegar a donde ahora nos
encontramos. La moral de inspiración cristiana dejó de tenerse en cuenta y la
práctica religiosa fue cayendo en desuso. Llega la aprobación legal del
divorcio y el aborto, se legitima el amor libre, bien sea homosexual o
heterosexual, se extiende entre los muchachos y muchachas el uso de la droga y
el alcohol, se trivializa el sexo, se vive para el consumismo cayendo en desuso
el esfuerzo y el ahorro. Las prácticas
más aberrantes pasan por ser signo de modernidad y de
progreso, en consonancia con la tesis de
que en la medida que una sociedad se va liberando de la religión y se va
secularizando se va haciendo más moderna y desarrollada. “El nacional
catolicismo” se había trocado en “El nacional laicismo”. Comenzaban
a tener sentido los siniestros vaticinios de los dirigentes comunistas, tanto
de Carrillo como de Dolores Ibárruri (la Pasionaria) que allá por el 1963 se
expresaba así en el Círculo Grimau en la Habana: “ Ahora sabemos que por la fuerza no obtendremos nada, pero existen
otros medios para alcanzar la Victoria. Debemos atraernos a los católicos. Es
necesario que dividamos sus fuerzas. El fanatismo de la fe ha unido a los
españoles. Por eso es necesario no herir los sentimientos católicos hasta que
podamos imponer nuestra ley “. Desgraciadamente estas apreciaciones no iban
descaminadas, pues muchos católicos entre los que se encontraban parte de los
pastores, se tragaron el anzuelo y contribuyeron a que se cumplieran estas
premonitorias palabras de la tristemente famosa agitadora. Nadie se lo podría
imaginar, pero la verdad, aunque nos duela, es que el marxismo pudo celebrar su
victoria, con ayuda, eso sí, de los traidores al Régimen Franquista y también a
los gloriosos mártires, sus correligionarios que tan generosamente dieron su
sangre por Dios y por España.
El tiempo ha ido pasando y hoy en España
se vive con normalidad lo que un día no muy lejano hubiera parecido
impensable. La España de Franco ha desaparecido, nadie la defiende, nadie se
acuerda de ella, si no es para denostarla.
Ya ni siquiera puede hablarse de las dos Españas, puesto que la Católica
España puede darse por desaparecida, toda vez que apenas le han dejado un
espacio que ocupar en la vida pública, ¿Qué partido representa hoy los valores
cristianos? ¿Qué partido defiende la catolicidad de España? El neopaganismo se
ha enseñoreado de todo y lo que tenemos es laicismo por todas las partes,
laicismo en la política, laicismo en la sociedad, laicismo en las familias,
laicismo en las escuelas. Éstas son las consecuencias de tanta deslealtad a
Franco por parte de quienes un día decidieron desengancharse del proyecto del
18 de Julio y ahí seguimos como si nada hubiera pasado. Llegado a este punto he de confesar que ni el
marxismo, ni el liberalismo, condenados reiteradamente por Roma, son santos de
mi devoción, aún con todo, entiendo que
los laicistas se sientan a gusto en una
España atea, en la que no se respetan los preceptos
divinos . Lo entiendo porque la religión que el laicismo profesa es una
religión sin Dios, volcada enteramente en el hombre, al que pretenden convertir
en el dueño de la creación después de haberlo apartado de toda
trascendencia. Quienes dicen no creer en
Dios pero sí en Jesucristo, quienes nos
hablan de una Religión sin Dios, o nos sorprenden apelando a un Cristianismo
no religioso, son gentes que vienen
de dónde vienen y ni siquiera merecen ser escuchados. Lo que
verdaderamente escándalodo es que un católico pueda decir que “un estado ateo
es mejor que un estado confesional”, o que “hay que gobernar como si Dios no
existiera”, argumentando que ello es signo de neutralidad y un gobernante
ha de serlo para todos, tanto creyentes como no creyentes; como si no supiéramos
que la neutralidad es imposible y la única realidad es que “o se está con Dios o contra Dios”. El caso
es que estamos siendo testigos de cómo se asaltan capillas, se derriban cruces,
se defiende y bendice la libertad de
expresión para blasfemar, para mofarse de nuestras más sagradas creencias, se
tolera lo intolerable y aquí todo el mundo permanece como perro mudo, su mido
en la más terrible de las tibiezas. Es así como en España hemos llegado a una
situación vergonzante en la que estamos recogiendo los frutos que un día se
sembraron.
Yo no sé si D. Vicente de haber visto lo que está pasando, se hubiera sentido
abochornado, lo que sí parece cierto
y bien cierto es que su memoria y la de sus comparsas sigue
estando viva en la actual Iglesia
Española. Nada de entonar el mea culpa al constatar que el “Nacional Laicismo”
es el que ahora conforma nuestra vida nacional . Nada de arrepentimientos por
las deslealtades y traiciones para el hombre que salvó a la Iglesia del
exterminio; para él solo existe el olvido y la ingratitud. Una vez más hay que
lamentar la desafección de la Iglesia al
protagonizar recientemente uno de
los acontecimientos más tristes y
denigrantes de los últimos
tiempos, con motivo de la exhumación
de los restos de Franco del Valle de los
Caídos. La pasividad de la Jerarquía eclesiástica ante semejante canallada ha
venido a culminar todo un largo proceso plagado de olvidos y silencios. Tal vez sería
éste el momento de traer a colación aquel dicho de Edmund Burke según el cual: “Para
que triunfe el mal solo hace falta que los hombres buenos
no hagan nada”. ¿No será esto precisamente lo que nos está pasando?