La Dana ya se alejó, dejando a su paso un reguero de muerte y desolación. Fue una larga noche de tinieblas, en que la realidad superó con creces a la más siniestra pesadilla que cabe imaginar. Su recuerdo permanecerá para siempre en la memoria de quienes la vivieron de cerca, pero la vida sigue y ahora, ya que los muertos descansan en paz, es el momento de hacer una serena reflexión sobre lo que pasó, qué es lo que se hizo mal o lo que no se hizo y sobre todo, hay que reflexionar sobre si hay que ir al origen. Sí, debemos reflexionar con honestidad sobre estas cosas, porque es la única forma de evitar que catástrofes así puedan volver a repetirse.
Habrá, siempre lo ha
habido quien, apelando a un providencialismo torticero, vuelva a formular la
insidiosa pregunta de ¿dónde estaba Dios aquella noche en que se desataba la
furia de las aguas desbordadas por los campos de Valencia, por las calles de
sus barrios y pueblos? Cuando lo que cabe preguntar es ¿dónde estaban los
vigilantes y guardianes con responsabilidad directa, para que esta catástrofe
no se produjera en la forma desmedida en que se produjo?
Lo pasado, pasado está y de
nada sirve ya lamentarnos, lo que sí podemos hacer es reflexionar sobre todo lo
sucedido, de modo y manera que pueda resultar aleccionador para el futuro. Se
ha dicho, con razón, “que no hay mal que por bien no venga”, pues bien,
dando por evidente que estamos hablando de un hecho irreversible, lo único que
nos queda es sacar provecho de todo lo sucedido para corregir fallos y errores,
que vienen ya desde muy lejos. La catástrofe sufrida por los valencianos, ha
puesto en evidencia que España se encuentra en situación de estado “semifallido”
y esto es lo verdaderamente preocupante y debiera ser motivo para que los ciudadanos
españoles abran los ojos de una vez por todas y comiencen a ser conscientes del
peligro que todos corremos, si la situación no se remedia. Esto es precisamente
lo que intentamos hacer ver en este artículo.
El espectáculo que estamos presenciando de
unos gobernantes echándose la culpa unos a otros, lo dice todo. Esto no parece una nación, parece un
rompecabezas de políticos, que pelean entre sí para ver quien se lleva el gato
al agua y mientras esto sucede, la casa sin barrer. ¿Acaso la principal causa
de todo lo sucedido no hay que buscarla en la falta de entendimiento entre el
gobierno central y el autonómico? La
existencia de varias “nacionalidades” dentro de una misma Nación, aparte de
empobrecimiento y debilitamiento de la misma, supone confusión y caos en lo referente a las
competencias. Si casa con dos puertas mala es de guardar, qué no podemos decir
de una Nación como España con 19 nacionalidades, auténticos flancos abiertos a
toda las desavenencias y discordias, especialmente cuando los gobernantes del
estado central y los del autonómico
pertenecen a distinta cuerda, como en el caso que nos ocupa. Por muy edulcorado
que nos quieran vender el producto, lo cierto es que la separación y aún más,
el enfrentamiento entre lo nacional y lo local, no deja de ser un invento
contra natura. No es para sorprenderse. El reparto de competencias y responsabilidades
tiene estos inconvenientes y si a esto le unimos la falta de empatía por parte
de los mandatarios, llegaremos a la conclusión de que desgraciadamente ha
pasado, lo que por lógica tenía que pasar. Jorge Olcina, experto en
climatología, sabía bien lo que decía, cuando recientemente se expresaba en
estos términos “lo ocurrido en Valencia ha mostrado que
el modelo de Estado autonómico adoptado en España no tiene mecanismos
engrasados para hacer frente a una emergencia de esta magnitud “
A partir de ahora, la
Dana va a ser otro de los muchos argumentos que nos lleva a cuestionar el tema
de las autonomías, no el más contundente, pero si el más claro e inteligible
para los ciudadanos, por cuanto muchos de ellos, de toda condición e ideología,
lo han experimentado en sus propias carnes. Ello explica el juicio unánime del
pueblo, condenando a todos los políticos y mandatarios sin excepción. Con todo
lo deplorable que resulta una catástrofe tan nefasta como esta de Valencia, al
menos ha servido para que nos demos cuenta en manos de quiénes estamos y
levantemos nuestra voz para expresarles nuestra indignación y decirles que
estamos cansados de sus mentiras y hartos de que los periodistas traten de
engañarnos, haciéndonos creer lo que a ellos les interesa que creamos. Ya sé
que esto de las protestas no es suficiente y que hay que llegar al fondo de la
cuestión, porque todavía hay mucha gente que sigue pensando que todo se arregla
quitando a unos y poniendo a otros, como venimos haciéndolo desde hace 50 años
y esa no es la solución. El cambio de bueyes para nada sirve si los que vienen
son iguales o peores que los que se van. Es preciso sanear el sistema o
cambiarlo por otro bien fundamentado en la razón de estado, donde la justicia y
el orden sean las piezas básicas, sin que falte la solidaridad correctamente
entendida, que sepa distinguir entre el necesitado, que queriendo no puede y el
vago que pudiendo no quiere.
La catástrofe ocurrida en
Valencia debiera ser un aldabonazo, capaz de despertar la conciencia dormida de
los españoles, que tienen que comenzar a pensar que otro modelo de estado y
otro paradigma gubernamental, distinto del que actualmente tenemos, lejos de
ser una utopía es ya una realidad que se está imponiendo en otros lugares del
mundo civilizado, como pueden ser Norte América y Europa, con sus principales
naciones a la cabeza, como pueden ser Italia, Francia, Alemania, Austria,
Hungría, Bélgica. Soplan otros vientos, por lo que tenderemos que aprender a
interpretar el signo de los tiempos y abrirnos a un nuevo proyecto político,
que nos ofrezca esa seguridad y orden que ahora nos falta. Quiero creer que
llegará un día en que España se reconcilie consigo, sea recognoscible y vuelva
a ser ella misma con los valores que siempre la caracterizaron.