2024-11-20

230.-Conclusiones extraíbles de la catástrofe en Valencia.

 


La Dana ya se alejó, dejando a su paso un reguero de muerte y desolación. Fue una larga noche de tinieblas, en que la realidad superó con creces a la más siniestra pesadilla que cabe imaginar. Su recuerdo permanecerá para siempre en la memoria de quienes la vivieron de cerca, pero la vida sigue y ahora, ya que los muertos descansan en paz, es el momento de hacer una serena reflexión sobre lo que pasó, qué es lo que se hizo mal o lo que no se hizo y sobre todo, hay que reflexionar sobre si hay que ir al origen. Sí, debemos reflexionar con honestidad sobre estas cosas, porque es la única forma de evitar que catástrofes así puedan volver a repetirse.

Habrá, siempre lo ha habido quien, apelando a un providencialismo torticero, vuelva a formular la insidiosa pregunta de ¿dónde estaba Dios aquella noche en que se desataba la furia de las aguas desbordadas por los campos de Valencia, por las calles de sus barrios y pueblos? Cuando lo que cabe preguntar es ¿dónde estaban los vigilantes y guardianes con responsabilidad directa, para que esta catástrofe no se produjera en la forma desmedida en que se produjo?

Lo pasado, pasado está y de nada sirve ya lamentarnos, lo que sí podemos hacer es reflexionar sobre todo lo sucedido, de modo y manera que pueda resultar aleccionador para el futuro. Se ha dicho, con razón, “que no hay mal que por bien no venga”, pues bien, dando por evidente que estamos hablando de un hecho irreversible, lo único que nos queda es sacar provecho de todo lo sucedido para corregir fallos y errores, que vienen ya desde muy lejos. La catástrofe sufrida por los valencianos, ha puesto en evidencia que España se encuentra en situación de estado “semifallido” y esto es lo verdaderamente preocupante y debiera ser motivo para que los ciudadanos españoles abran los ojos de una vez por todas y comiencen a ser conscientes del peligro que todos corremos, si la situación no se remedia. Esto es precisamente lo que intentamos hacer ver en este artículo.          

 El espectáculo que estamos presenciando de unos gobernantes echándose la culpa unos a otros, lo dice todo.  Esto no parece una nación, parece un rompecabezas de políticos, que pelean entre sí para ver quien se lleva el gato al agua y mientras esto sucede, la casa sin barrer. ¿Acaso la principal causa de todo lo sucedido no hay que buscarla en la falta de entendimiento entre el gobierno central y el autonómico?  La existencia de varias “nacionalidades” dentro de una misma Nación, aparte de empobrecimiento y debilitamiento de la misma, supone  confusión y caos en lo referente a las competencias. Si casa con dos puertas mala es de guardar, qué no podemos decir de una Nación como España con 19 nacionalidades, auténticos flancos abiertos a toda las desavenencias y discordias, especialmente cuando los gobernantes del estado central   y los del autonómico pertenecen a distinta cuerda, como en el caso que nos ocupa. Por muy edulcorado que nos quieran vender el producto, lo cierto es que la separación y aún más, el enfrentamiento entre lo nacional y lo local, no deja de ser un invento contra natura. No es para sorprenderse. El reparto de competencias y responsabilidades tiene estos inconvenientes y si a esto le unimos la falta de empatía por parte de los mandatarios, llegaremos a la conclusión de que desgraciadamente ha pasado, lo que por lógica tenía que pasar. Jorge Olcina, experto en climatología, sabía bien lo que decía, cuando recientemente se expresaba en estos términos “lo ocurrido en Valencia ha mostrado que el modelo de Estado autonómico adoptado en España no tiene mecanismos engrasados para hacer frente a una emergencia de esta magnitud  

A partir de ahora, la Dana va a ser otro de los muchos argumentos que nos lleva a cuestionar el tema de las autonomías, no el más contundente, pero si el más claro e inteligible para los ciudadanos, por cuanto muchos de ellos, de toda condición e ideología, lo han experimentado en sus propias carnes. Ello explica el juicio unánime del pueblo, condenando a todos los políticos y mandatarios sin excepción. Con todo lo deplorable que resulta una catástrofe tan nefasta como esta de Valencia, al menos ha servido para que nos demos cuenta en manos de quiénes estamos y levantemos nuestra voz para expresarles nuestra indignación y decirles que estamos cansados de sus mentiras y hartos de que los periodistas traten de engañarnos, haciéndonos creer lo que a ellos les interesa que creamos. Ya sé que esto de las protestas no es suficiente y que hay que llegar al fondo de la cuestión, porque todavía hay mucha gente que sigue pensando que todo se arregla quitando a unos y poniendo a otros, como venimos haciéndolo desde hace 50 años y esa no es la solución. El cambio de bueyes para nada sirve si los que vienen son iguales o peores que los que se van. Es preciso sanear el sistema o cambiarlo por otro bien fundamentado en la razón de estado, donde la justicia y el orden sean las piezas básicas, sin que falte la solidaridad correctamente entendida, que sepa distinguir entre el necesitado, que queriendo no puede y el vago que pudiendo no quiere.

La catástrofe ocurrida en Valencia debiera ser un aldabonazo, capaz de despertar la conciencia dormida de los españoles, que tienen que comenzar a pensar que otro modelo de estado y otro paradigma gubernamental, distinto del que actualmente tenemos, lejos de ser una utopía es ya una realidad que se está imponiendo en otros lugares del mundo civilizado, como pueden ser Norte América y Europa, con sus principales naciones a la cabeza, como pueden ser Italia, Francia, Alemania, Austria, Hungría, Bélgica. Soplan otros vientos, por lo que tenderemos que aprender a interpretar el signo de los tiempos y abrirnos a un nuevo proyecto político, que nos ofrezca esa seguridad y orden que ahora nos falta. Quiero creer que llegará un día en que España se reconcilie consigo, sea recognoscible y vuelva a ser ella misma con los valores que siempre la caracterizaron.                    

229.-Ante el lento languidecer de las parroquias

 




Acabo de leer el libro “LA PARROQUIA EN LA EUROPA POSMODERNA” que cariñosamente me regaló su autor Jorge Zazo Rodríguez, un cura relativamente joven, con una buena formación teológica, párroco experimentado, que actualmente ostenta el cargo, entre otros, de vicario episcopal para la acción pastoral en la diócesis de Ávila; en fin, lo que se dice un conocedor cualificado de lo que es una parroquia y todo lo que ésta conlleva. La radiografía de la parroquia en el viejo continente que nos ofrece, responde a la realidad y son detectados con sagacidad los retos a los que habrá que hacer frente en un futuro próximo, para lo que conviene estar ya preparados e ir ensayando vías de solución. De todos estos retos, el que a mí me parece más urgente y de más envergadura es el referente al de la Nueva Evangelización, al que estamos convocados todos los cristianos. Es por ello por lo que le he escogido como el tema central de este artículo.   

Si nos asomamos a la historia, lo primero que detectamos es que iglesia en sus orígenes fue esencialmente misionera, cumpliendo de este modo el mandato primordial de Cristo de “ir por todo el mundo a predicar el evangelio”. En esta primitiva iglesia. entregada por entero a la evangelización de los pueblos, no existían parroquias, sino que se trataba fundamentalmente de una iglesia “itinerante”. Cosa lógica y natural, ya que. para poder llenar la sala donde ha de celebrarse el banquete de las bodas, lo primero que hay que hacer es salir a los caminos a proclamar “La Buena Nueva”, anunciadora de que todos estamos invitados a la fiesta.  Con ello. lo que queremos decir no es que la parroquia en cuanto realidad sacramental, que es, haya de ser entendida como una estructura específicamente misionera, es más la parroquia no fue creada con está intencionalidad, lo que estamos haciendo, es algo tan simple como constatar la evidencia de que sin pueblo de Dios no es posible la iglesia ni la parroquia.

En los inicios del cristianismo tan solo existieron las comunidades de fieles que se reunían en casas particulares para ser adoctrinados, orar, dar culto a Dios y celebrar la eucaristía conocida como la fracción del pan. Conforme el número de fieles fue creciendo, se comenzaron a construir templos  y se sintió la necesidad de estructurar el amplio espacio eclesial en comunidades territoriales, para que fueran atendidas convenientemente las necesidades espirituales de los fieles, dándose la circunstancia de que en un mismo territorio podían cohabitar  personas  procedentes de distintos lugares que compartían la misma fe en Cristo,  de aquí el nombre de parroquia  derivado del término griego “paroikia”, que hace referencia a los que viven en vecindad.  A medida que progresaba la evangelización en Europa fueron extendiéndose territorialmente las parroquias y creciendo organizativamente. 

Con el Concilio de Trento, en el siglo XVI, cada pueblo se constituye en parroquia, que era considerada como órgano principal de la pastoral, bajo la tutela de un guardián, que  tenía que ser presbítero.  Eran los tiempos en que las parroquias tenían una relevancia social importante, con un calendario plagado de acontecimientos religiosos. La sola visión panorámica de las torres elevadas de los templos que se yerguen hasta las nubes, presidiendo el conjunto arquitectónico de los pueblos y los barrios de las grandes ciudades, sería suficiente para darnos cuenta de la función tan importante que las parroquias tenían en el conjunto de la sociedad y en la vida cotidiana de todos sus habitantes.

Este gran predicamento social entra en franca decadencia a raíz del modernismo del siglo XIX, hasta el día de hoy, en que las parroquias en Europa han perdido su fuerza evangelizadora, lo que lleva a preguntarnos: ¿Hasta qué punto actualmente las parroquias disponen de medios válidos para llevar a feliz término su función apostólica y pastoral?  Seguramente ha llegado el momento de salir de nuestras rutinas e intentar una restructuración positiva, porque algo habrá que hacer para detener la sangría de fieles que se alejan de las parroquias, ya de por sí capitidisminuidas.  

Es el mismo Papa Francisco quien nos insta a replantearnos las cuestiones pastorales que afectan a las parroquias, el que nos habla de la “Iglesia en salida” y “hospitales de campaña”, el que nos exhorta a que salgamos de la sacristía y demos la cara. “Prefiero, nos dice, una iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a sus propias seguridades” (Evangelii Gaudium 49). Naturalmente, para llevar a cabo una restructuración de la que nos habla Francisco, hay que tener muy claro de donde partimos y a donde queremos llegar.

 La situación en la que nos encontramos no es nada favorable a la revitalización cristiana.  Vivimos tiempos paganizantes que nos hacen recordar la Europa precristiana, tiempos en los que impera una cultura secularizada inspirada en el liberalismo, que se muestra reacia a los valores del evangelio   y que ha acabado adueñándose de los espíritus, sin que falten fuerzas ocultas, inspiradas en ideología perversas, que trabajan para debilitar a un cristianismo al que piensan suplantar un día. Jacques Maritain se preguntaba: ¿Cómo, de la civilización cristiana de ayer, pudo surgir algo tan diferente como la modernidad descreída? ¿Cómo del árbol fecundo y salubre del cristianismo, pudo salir un fruto tan putrefacto y amargo?  Es momento también de preguntarnos ¿Por qué la gente dice que le aburre ir a la iglesia, cuando el mensaje evangélico sigue siendo igual de atractivo y esperanzador?

Esto sucede en un momento en que la Iglesia en general y las parroquias en particular pasan por sus horas bajas. Nunca como ahora ha podido decirse, con tanta razón, aquello de que el trabajo que está por hacer es mucho y los operarios son pocos. El número de sacerdotes en Europa es cada vez menor y con edad muy avanzada. Escasean también los brazos vigorosos de apóstoles laicos entregados a la evangelización. Por si fuera poco, la vida en estas últimas décadas ha cambiado vertiginosamente y nos ha pillado con el pie cambiado, de modo que el concepto tradicional de parroquia ya no se ajusta a las exigencias del mundo actual.  Por poner un ejemplo. La evangelización desde el púlpito, como se hacía antiguamente ahora tiene poco recorrido, sencillamente porque las iglesias están casi vacías y quienes las frecuentan son siempre los mismos, personas que se encuentran en la última curva del camino y que supuestamente están ya suficientemente evangelizadas. Nos guste o no, vivimos en un mundo virtual y si la parroquia quiere hacerse presente en este mundo, ha de ser a través de los medios de comunicación, por eso con razón se ha dicho, que el internet como herramienta, vale más que mil púlpitos.  

Felizmente ya va habiendo agentes pastorales, conscientes de esta necesidad de adaptación, que se han dado cuenta de que “desde el despacho parroquial  ya no se evangeliza sino desde fuera”, como es  el caso  del párroco catalán Felipe Hereu, quien ante la profunda crisis catequética que viene arrastrándose de un tiempo a esta parte, por su cuenta y riesgo,  se ha tirado a la calle para ampliar el número de asistentes, dejándose ver a la puerta de los colegios con un cartel que decía: “Catequesis parroquial. Inscripciones” o como este otro párroco de un barrio periférico de Madrid, al que casualmente conocí, que entre sus prácticas pastorales está la de darse una vuelta por el barrio, para encontrarse con los pobres y menesterosos, a quienes les hace llegar una limosna, ayuda a regularizar su situación, trata de poner en regla sus papeles para poder cobrar una pequeña ayuda de la administración, dándose por supuesto que también trata  de abrir sus corazones  a la esperanza, haciéndoles saber que ellos son los preferidos de Dios.  Así son los Pastores que tienen bien asumido que su papel como párrocos es servir a los demás por amor a Dios y no ser servidos, medrar o hacer carrera.

 Las cosas son como son. Si no queremos estar fuera de juego tendremos que adaptarnos  a las exigencias de los tiempos que nos ha tocado vivir.  Entiendo que este es el mensaje que   el autor del libro “LA PARROQUIA EN LA EUROPA POSMODERNA” ha querido trasmitirnos y que el mismo ha sabido resumir en inspiradas palabras:  Soñar…sí, soñar. En la serena y humilde confianza de que los sueños de los hombres a veces llegan a sintonizar con los sueños de Dios…La Iglesia afronta el desafío de permanecer fiel a la tradición recibida del Señor y al mismo tiempo hallar nuevas estructuras, nuevos lenguajes, nuevas formas para que la misma y única Verdad revelada resplandezca en una hora inédita de la humanidad y para que la vida divina recibida del Señor, siga siendo humildemente acogida por los hombres y mujeres de este pueblo peregrino (Pag.209)

  La vida del cristiano es una tensión constante, lo ha sido antes y lo sigue siendo en estos tiempos convulsos de la historia. Todo hace suponer que  para hacer frente a la crisis por la que atraviesa la institución parroquial hay que abandonar rutinas anquilosadas en el pasado y atreverse  a trasformar muchas de sus estructuras, respetando como es natural la centralidad eucarística, la atención sacramental a las almas, teniendo  siempre el mayor aprecio por  la santidad de vida, pues a fin  de cuentas, la Nueva Cristiandad habrá de llegar, no por los caminos de la especulación teórica o de un activismo desinteriorizado, sino por los caminos de la conversión interior. Dicho en pocas palabras: Una renovación parroquial ha de ser obra de hombres santos que han sabido interpretar el signo de los tiempos.

 

 

2024-11-19

228.- Los Santos Mártires del siglo XX en España (Protagonistas de una de las gestas más gloriosas de la Iglesia Universal)


           

 




En el año 2007 la Iglesia dejó incorporada al santoral  una festividad litúrgica  con la que se quiere honrar, me imagino, la memoria de todos los  bienaventurados mártires  caídos por Dios y por España  al grito de ¡Viva Cristo Rey! en la  sangrienta persecución religiosa de los años 30, en la que fueron  brutalmente asesinados  muchos miles de católicos, por el mero hecho de serlo; hasta el mismo Madariaga se rinde a la evidencia para decir “ Nadie que tenga buena fe y buena información puede negar los horrores de aquella persecución durante años. Bastó únicamente el hecho de ser católico para merecer la pena de muerte, infligida a menudo de las formas más atroces” 

Después de tanto tiempo de estos tristes acontecimientos, en la España del revanchismo y de los silencios cómplices, ha quedado señalada una fecha para celebrar la gesta trascendental llevada a cabo por un numeroso ejército de valerosos soldados de Cristo, que con su celestial hazaña glorificaron la tierra de María, a la que tanto amaron. La ley socialista de memoria histórica y el miedo reverencial a herir susceptibilidades de las fuerzas políticas, ha llevado a maquillar y tergiversar la verdad de este periodo histórico y a satanizar a la “Iglesia de la Cruzada”, que mereció otro trato del que se le ha dispensado o cuando menos, un cierto respeto, aunque solo sea porque muchos de sus miembros fueron víctimas, sufriendo en sus carnes torturas espantosas, alcanzando incluso la palma del martirio. En ocasiones hasta los mismos cristianos españoles dan la impresión  de sentirse acomplejados de unos compatriotas suyos, que asombraron  al mundo, tal como ponen de manifiesto estas palabras de Pio XII: “¿Cómo es posible que los españoles hayan olvidado a sus mártires a quienes yo me encomiendo todos los días?”  o estas otras de Paul Claudel cuando decía: “Con los ojos llenos de lágrimas te envío mi admiración y mi amor ¡Y decían que estabas dormida, hermana España! sólo parecías dormir porque de repente diste millares y millares de mártires.” En esta sangrienta persecución se puede hablar de más de 10.000 mártires en la que se vieron involucrados obispos, sacerdotes, clérigos, seminaristas, religiosos, monjas,  seglares, muchos seglares honrados e inocentes, cristianos ejemplares de toda clase y condición; lo que se dice, una masacre en toda regla, que pudo haber acabado en un auténtico genocidio, de no haber mediado una reacción bautizada como “Cruzada” que  acabaría poniendo fin  a esta matanza macabra.

 En cuanto al tema sobre quiénes fueron estos mártires y por qué entregaron su vida, resulta ser un asunto bastante complejo y  para poder esclarecerlo se necesitaría de muchas páginas, dado el colectivo tan numeroso y variado al que nos estamos refiriendo, lo que sí considero oportuno es salir al paso de no pocas argucias, que para no caer en lo políticamente incorrecto, se han movido y aún se siguen moviendo en el terreno de la ambigüedad, de modo que  pareciera que no estamos hablando de personas normales y corrientes que vivían en el mundo terrenal, sino que se trataba de espíritus puros incontaminados, al margen de todo sentimiento político-social,  apartidistas,  amorfos, químicamente neutrales, en un momento decisivo en que, tanto Roma como la Iglesia Española en bloque, se habían pronunciado de forma clara y  explícita a favor del movimiento nacional, con todo lo que ello representaba. ¿Cómo concebir a unos santos indolentes, indiferentes, ajenos a lo que en su alrededor estaba pasando?  ¿Cómo imaginar a unos mártires abúlicos, apátridas cuando el patriotismo es un deber ineludible a todo cristiano, mucho más en un momento en que España era un caos y se estaba poniendo en peligro su fe?  ¿Por qué esa obsesión en desligar al mártir del héroe y del patriota, cuando sabemos que eso no fue así, ni pudo ser así?  Por supuesto que los mártires de la Cruzada fueron hombres y mujeres pacíficos, que murieron por amor a Dios y a imitación de Cristo lo hicieron sin odio, perdonando a sus verdugos, como no podía ser de otra manera, aun así, no fueron tan ingenuos que no se dieran cuenta que de una parte estaban los perseguidos y de otra los perseguidores, con finalidades bien opuestas.  ¿por qué tan irresponsablemente se ha de ocultar su amor a la patria, cuando sabemos que una de las características de los santos es estar adornados de   todas las virtudes, incluida la del patriotismo? ¿No estaremos maquillando la semblanza de estas vidas ejemplares para que nadie se sienta molesto ni culpable de nada? 

 

Parece haber motivos suficientes para pensar que estos enamorados de Dios lo eran también de España, a la que veían, no como un país, sino como a su patria a quien tenían la obligación de amar y defender. El ejemplo lo tenemos en un personaje religiosamente relevante de la época, como lo fue S. Rafael Arnaiz (El Hermano Rafael), uno de los más grandes místicos de los tiempos modernos. Pues bien, este oblato trapense, aun viviendo aislado en la Abadía de S. Isidro de Dueñas, no dejó de sentir la pasión por su querida España. En 1936 fue llamado al frente y según él mismo nos contará en sus cuadernos, sufrió un gran disgusto al ser declarado no apto para el servicio militar, debido a la diabetes que padecía. Otro tanto puede decirse de la carmelita Santa María Maravillas, quien pidió permiso a las autoridades eclesiásticas para poder salir de la clausura, en su convento del cerro de los Ángeles, en caso de ser atacado el Monumento al Sagrado Corazón de Jesús.

 

 Los mártires españoles del 1936, tanto los canonizados como los que nunca lo serán, escribieron, sin duda, una de las páginas más gloriosas del cristianismo y con su sangre, no solo testimoniaron su amor a Dios, sino que defendieron los valores humanos que siempre caracterizaron a España y a la cultura occidental, en un momento de la historia donde el “Odium Dei” amenazaba con invadir hasta los más sagrados reductos. 

 

Los “Mártires de Cristo Rey” después de haber trabajado por una España decente, honrada y justa supieron ser fieles a Jesucristo, llevando hasta las últimas consecuencias las exigencias de su fe. Nuestros hermanos mártires de la Cruzada de 1936, entre los cuales se encuentran muchos pastores y dignatarios de la Iglesia de entonces, no entendieron de componendas, ni de contemporizaciones, sino que valientemente entregaron su vida sin temer a la muerte. Amaron a Dios a la Iglesia a su Patria y murieron perdonando a sus asesinos que no eran otros que los enemigos de Dios, por eso su grito final fue ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva España Católica!  que todo buen cristiano y patriota debiera entender como un grito de victoria y de esperanza, pues la gloria de los mártires permanece para siempre y nadie se lo podrá arrebatar. Su amorosa oblación   será recordada por los siglos.

Reflexión desde el contexto actual: La gloriosa gesta de los mártires españoles de la Cruzada ha  de ser recordada tal y como fue, no solamente para hacer honor a la verdad, sino también para que nos sirva de ejemplo y nos ayude a comprender  que el odio no es la última palabra, sino que la última palabra es la del amor, para alertar también a España y Occidente de que tienen que despertar de su letargo  y sobre todo para hacer ver  a los cristianos tibios que tienen que poner fin a su falta de compromiso, porque no nos vale eso de tener  encendida una vela a Dios y otra al diablo. Quiera Dios que por su gloriosa intercesión llegue pronto la reconciliación real entre los españoles y aprendamos todos a perdonar, que desaparezcan los odios y rencores y todos podamos vivir en paz sintiéndonos hermanos, sin ánimos de revanchismos y dejemos, por fin, que sea Dios quien juzgue lo que ya pertenece a la historia. Lo peor que podía sucedernos es que el derramamiento de su generosa sangre hubiera sido en vano, y que el oportunismo y la mentira ensucien sus nombres

230.-Conclusiones extraíbles de la catástrofe en Valencia.

  La Dana ya se alejó, dejando a su paso un reguero de muerte y desolación. Fue una larga noche de tinieblas, en que la realidad superó con ...