2025-06-18

238-Nuevo frente en la campaña de desprestigio contra Franco

 









 El Patronato de Protección a la Mujer fue una institución pública en tiempos de Franco, presidido por su esposa, Dña. Carmen Polo, que en su mayoría estuvo regentado por congregaciones religiosas. Su finalidad, según el decreto del 1941, no era otra que la propia dignificación moral de la mujer, especialmente de las jóvenes, para impedir su explotación, apartarlas del vicio y educarlas según los principios fundamentales de la decencia. Fundamentalmente lo que se intentaba era prestar ayuda y protección a las adolescentes entre 14 y 21 años, que por las razones que fueran necesitaban de especiales cuidados. Naturalmente no se trataba de lugares paradisiacos, ni nada parecido, sino que eran una especie de reformatorios y todos sabemos lo que esto conlleva.

El caso es que este tema ha vuelto al primer plano de actualidad en este año dedicado a la macabra celebración del cincuenta aniversario de la muerte de Franco y lo que se pretende según sus organizadores, es reparar el daño ocasionado a unas pobres víctimas, y pedir perdón por el daño ocasionado a unos “angelitos inocentes”, a quienes se les robó la juventud y se les impidió que se desarrollaran de forma natural y espontánea. Los motivos de ingreso  de las menores en estos centros podían ser varios: por voluntad propia,  para sacarlas de la prostitución,  para  ponerlas a salvo de la agresión sexual en el entorno familiar, para proporcionarles un lugar seguro y que no tuvieran que  andar deambulando por la calle, expuestas a todo tipo de peligros y sobre todo, en muchísimos casos, era la propia familia la que solicitaba  el ingreso, después de haber hecho lo que estaba en sus manos, hasta que llegaba el momento en que  los padres no podían más y se veían obligados a internar a la hija rebelde y un tanto díscola, en estos centros en busca de su regeneración.

No hace falta decir que la función humanitaria, llevado a cabo por el Patronato de Protección de la Mujer, estaba bien visto por la sociedad, pero tal como se ha puesto de manifiesto en estos días últimos días, no piensan del mismo modo un grupito reducido de supervivientes que pasaron por tales experiencias, encabezado por Consuelo García del Cid Guerra, quien ha tratado de relatarnos en su ensayo “Las desterradas Hijas de Eva”  lo que allí pasó. En este relato, siempre según la autora, hubo torturas, violaciones de los derechos humanos, malos tratos, represión, etc., lo que se dice, todo un infierno. ¿Es creíble este juicio valorativo? ¿Dónde están las pruebas? Lo único que tenemos es la sentencia severísima de quienes se han erigido en juez y parte y han encontrado la ocasión propicia soñada para un ajuste de cuentas. No deja de ser una pena que después de tantos años, su corazón lleno de odio y resentimiento, sea refractario al olvido y al perdón y solo pueda destilar sentimientos de venganza. 

En realidad, lo que nos ofrece Consuelo García del Cid, es el testimonio de un reducidísimo grupo de colegas, que en manera alguna puede considerarse como representativo del nutridísimo colectivo que pasó por allí. Por otra parte, cuando se hace mención de las normas, prácticas y costumbres, que convertían a estos centros de acogida en unas sucursales del infierno, uno no puede por menos que sonreírse. Figúrense Vds. a unas monjas que, en lugar de organizar orgías, las llevaban a la capilla a rezar, con el peligro que tal práctica conlleva de dejarlas marcadas para toda la vida. Además, les hacían trabajar y no estar todo el día tocándose las narices. Les obligaban a vestirse a todas uniformadas ¡qué horror!  Si hacían alguna perrería, ¿por qué tenían que castigarlas por ello, con lo divertido y lo bien que se lo pasaban haciendo travesuras? Por fin, velar por una disciplina, para que la cosa no se les fuera de las manos a las gestoras de los centros, es visto hoy por estas denunciantes, como una represión intolerable, por la que hay que pasar factura y alguien tiene que hacerse cargo de ella.        

  En cambio, estas censoras implacables con los organismos gestores del Patronato de la Protección de la Mujer, nada tienen que decir sobre el talante y disposición, nada ejemplares, de algunas pupilas de estos centros, como si los malos fueran siempre los demás. Cierto que por estos centros pasaron víctimas inocentes, fruto de las circunstancias,  niñitas a quienes la vida les trató con crueldad  y nunca supieron lo que es un hogar presidido por la ternura y el cariño, pero no es menos cierto, que entre los menores de edad siempre ha habido, hay y seguirá habiendo desgraciadamente “malnacidos”, que gozan haciendo mal a los demás, pequeños déspotas que lo único que les faltaba es que se les tratara como a “niños consentidos” para convertirse en auténticos monstruos. Insoportables para las familias, lo siguieron siendo en los centros de acogida, donde callada y pacientemente, personas abnegadas y generosas se hicieron cargo de ellos, teniendo que soportar día a día sus impertinencias y luchar a abrazo partido para enderezar sus inclinaciones torcidas, personas conscientes de su responsabilidad, que se mantuvieron siempre fieles a la consigna dictada por la sabiduría popular, según la cual: “Quien bien te quiere te hará llorar”. Todavía queda gente en nuestra sociedad que está a favor del “niño consentido”, personas que no acaban de entender que al final, el amor que redime y salva es aquel que nos acompaña en la lucha y nos ayuda a ser mejores, el que nos empuja y anima a tomar la medicina saludable por amarga que ésta sea.

 Sin disponer de un estudio serio, se ha arremetido contra lo que fue y significó el Patronato de la Protección de la Mujer, para la sociedad española en tiempos de Franco, lo que sin duda no deja de ser una grave irresponsabilidad. Es de suponer que hubo errores y que las cosas se pudieron hacer mejor, ya que en la vida de los hombres todo es perfectible, pero de aquí a considerar a estos organismos como exponentes de la represión franquista, no deja de ser un disparate.  La represión brutal, la violencia sin límites, las torturas y vejaciones que exceden a toda consideración, los asesinatos que se cuentan por millares, donde hay que ir a buscarlos es a las “checas”, repartidas por toda España, pero de esto no se dice nada, silencio absoluto.  

Algo parecido ya sucedió con el Valle de los Caídos, al que se intentó hacer pasar como “Campo de Concentración”, hasta que con rigor histórico ha quedado fehacientemente demostrado, que trabajar en la construcción del complejo monumental de “Sta. Cruz del Valle de los Caídos” fue un auténtico “Chollo”.

Para mí, lo vivido estos días es un capítulo más de la “leyenda negra” en contra del Caudillo, cuya memoria el “rojerío antifranquista” trata de ensuciar a toda costa.  Esta interpretación viene avalada por el hecho de que en este “fregao” se hicieron presentes, nada menos que la ministra de Justicia, Sra. Ana Redondo y la eurodiputada de Podemos, Sra. Irene Montero.  Sobra todo comentario.

Una vez más, para llevar a cabo su plan siniestro no exento de politización, la izquierda ha buscado apoyo en la Iglesia Católica y vergonzosamente lo ha vuelto a encontrar. En el caso del Valle de los Caídos, contaron con la colaboración de la Jerarquía Española, en esta ocasión se han servido de la CONFER (Conferencia, Española de Religiosos). Es como para ver y no poder creerse, lo que está pasando. Unas Congragaciones de religiosas tirando piedras contra su propio tejado, poniéndose al lado de los enemigos del cristianismo y en contra de sus hermanas de profesión, que se dejaron la piel por atender a una necesidad urgente de acogida a los más necesitados. Increíble, pero desgraciadamente cierto.  Y ahora después del bochornoso espectáculo, al no ser aceptados su súplica y su perdón, ¿qué va a pasar? ¿Volverán a intentarlo nuevamente?  Y el presidente de la CONFER, el dominico P. Jesús Diaz Sariego ¿piensa seguir en su cargo?      


2025-06-17

237.- ORÍGENES Y LA APOKATÁSTASIS.




He de comenzar diciendo que yo siempre he sentido un enorme respeto por Orígenes y más que respeto, yo diría admiración, aún a pesar de no haber sido elevado a los altares. Los lectores que tengan la paciencia de leer este artículo podrán saber el motivo de mi predilección por este singular personaje.

Orígenes de Alejandría fue un teólogo controvertido (184-c. 253) brillante, influyente y prolífico escritor, de cuya mano salieron unos 2000 tratados teológicos. Considerado como el más grande genio de la Iglesia primitiva, llegó a ser celebrado como la máxima autoridad en teología. Contó con la admiración nada menos que de Atanasio de Alejandría y los tres padres capadocios, como fueron S. Basilio Magno, S.  Gregorio de Nacianzo y S. Gregorio de Nisa; fue tenido como uno de los más grandes padres de la Iglesia. Hijo de Leonidas de Alejandría, mártir por amor a Cristo y él mismo quiso compartir la misma suerte de su padre, algo que su madre impidió, debido a que, como hijo mayor que era, tuvo que hacerse cargo de 8 hermanitos menores que él, cuando solo tenía 16 años, ya que los bienes familiares habían sido confiscados por el Estado.  Ironía del destino o más bien providencialismo. Su vocación de mártir al final acabaría cumpliéndose. En 250, durante la persecución de Diocleciano, sería apresado y lo largo de varios meses sometido a torturas espantosas, que supo sobrellevar con paciencia y fortaleza, quedando su salud tan quebrantada que a causa de ello moriría a la edad de 69 años.

Según el testimonio del historiador Eusebio de Cesarea, estamos ante un personaje de singular relevancia. Abstemio y vegetariano, practicaba el ayuno durante largos periodos, su austeridad de vida era la de un asceta que pasaba todo el día enseñando y por la noche se quedaba hasta muy tarde, escribiendo tratados teológicos y comentarios; iba descalzo y solo poseía una pobre capa.  

  Este hombre de Dios, un buen día sintió interiormente su llamada y decidió hacerse presbítero, pero el obispo de Alejandría, Demetrio, trató de impedírselo, fundándose en ciertas acusaciones, como que se había castrado, tomando al pie de la letra las palabras de Mateo, motivo por el cual dejaba de ser un sujeto apto para ejercer este sagrado ministerio, dando por sentado que los eunucos estaban excluidos del sacerdocio. Esta y otras acusaciones, no fueron tomadas en consideración por los jerarcas palestinos y la cosa acabó con la consagración sacerdotal de Orígenes por su amigo Eulogius, obispo de Cesarea, lo cual enfureció sobremanera a Demetrio, al tiempo que colocaba en delicada situación a Orígenes, quien se vio obligado a escapar de su jurisdicción y buscar en Cesarea su lugar de residencia, donde a partir de ahora iba desarrollar su brillante labor magisterial. Lo primero que hizo, fue fundar la que habría de ser la primera escuela cristiana de educación superior, la cual sirvió para abrir nuevos caminos a la ciencia sagrada y profundizar en el conocimiento filosófico-teológico. Su nombre fue universalmente conocido y admirado en el mundo mediterráneo, incluso por figuras relevantes del paganismo como Porfirio y Plotino. 

Pasado un año de haber abandonado Alejandría, murió Demetrio, con lo que las acusaciones contra él casi desaparecieron, pero quedaba pendiente el tema de la apokatastasis,  palabra griega que originariamente significa restaurar, volver al estado primitivo.  Con este término trataba Orígenes de significar su deseo de que, al final de los tiempos todo se resolviera en una reconciliación universal, de modo que las almas de todos los hombres quedaran a salvo y la creación entera volviera a ser restaurada en Dios, principio y fin, alfa y omega de todas las cosas. Semejante aspiración, en unos tiempos en los que el cristianismo estaba nutrido por gran número de conversos, provenientes del paganismo romano, resultaba cuando menos extraña. Lo normal en la cultura romana era pensar en términos de justicia equitativa, según el “Ius Romanum”, de modo que el Reino de Dios debería entenderse como una prolongación del Reino de la tierra y a cada cual, llegado el momento, se le debería juzgar según sus merecimientos. A los conversos provenientes del paganismo romanos les resultaba completamente normal que a los hombres que habían sido malos, se les castigara y a los hombres buenos se les premiara por toda una eternidad, tal sería la función reservada a Dios como juez supremo de vivos y muertos.   

 En cambio, la mentalidad del Alejandrino, conocedor a fondo del espíritu del evangelio, era otra bien distinta.  En su opinión, el bien acabará triunfando sobre el mal y todas las criaturas serán purificados por la gracia y la salvación sería la última palabra, según la promesa de Cristo a su Iglesia y si esto es así, fácil sería deducir que, llegado el final de los tiempos, todos, pecadores y no pecadores, volvieran a ser uno con Dios. Continúa Orígenes diciendo: llegará un día en que todos los espíritus entrarán de nuevo en la amistad de Dios y Él «será todo en todos». Éste será el momento en que la unidad originaria de Dios y de toda criatura espiritual será restaurada.  Con ello no está negando que haya un infierno, lo único que dice es que no durará para siempre y que tal había de entenderse como una pena medicinal y purificadora. 

Evidentemente había una dificultad casi insuperable para que esta interpretación de Orígenes, no digo que se impusiera, sino que ni tan siquiera fuera tomada en consideración, ya que ello suponía un cambio de mentalidad y de cultura y este cambio habría de ser el fruto de muchos siglos. El caso es que Orígenes se vio interpelado desde distintos frentes, incluso fue condenado por el emperador Justiniano y quemados sus libros. Aparte de la cultura romanizante, en la que el cristianismo se desarrolla durante los primeros siglos, no podemos olvidarnos del pelagianismo, semipelagianismo y otras influencias nefastas, que han hecho de él una religión moralizante, donde el cumplimiento de la ley ocupaba un puesto preminente, sobre la recepción de la gracia.

Partiendo del hecho de que el hombre finito y limitado fuera merecedor de una condenación eterna e infinita, que ya es mucho suponer, la pregunta de Orígenes se hacía inevitable ¿Dónde está entonces el poder y la gracia de Dios, que quiere y puede hacer que todos los hombres se salven? ¿A qué queda reducida la redención universal de Jesucristo, que paga sobreabundantemente la deuda contraída por el hombre?  La lectura del evangelio deja pocas dudas al respecto. Nadie puede salvarse por sí mismo. Es la gracia de Dios la que nos salva. No son los méritos del hombre lo que cuentan, sino los méritos de Jesucristo. Sería un error pensar que con nuestras obras nos salvamos y nos hacemos merecedores de la gracia de Dios, nada de eso. Si somos amables a los ojos de Dios es porque Él nos amó primero y derramó sobre nosotros su divina gracia.

 En la teoría apokatástica cree haber encontrado Orígenes la respuesta al plan salvífico divino. Si Dios ha sido el principio, Él habrá de ser también el fin «pues siempre fue semejante el fin a los comienzos». Desde el plano humano resultaría lógico pensar que ​todo lo creado por Dios fue hecho con la intencionalidad de ser salvado y si esto es así, lo que resulta difícil de explicar es que unos hombres se vayan a salvar y otros no. Habrá, no obstante, quienes sigan pensando que la justicia divina así lo exige, pero en realidad la justicia de Dios no se rige por los parámetros humanos. En Él justicia y misericordia son una misma cosa, por lo que cabe hablar de justicia misericordiosa.

 

Otros pensarán que, si por decreto divino todos los hombres se salvan, entonces queda comprometida la libertad de aquellos hombres que por voluntad propia se cierran a la gracia divina y rechazan ser salvados. Desde muy antiguo la Iglesia Católica vio en la libertad humana un grave escollo a la reconciliación universal. Esto es cierto, pero también lo es que, por los méritos de Cristo toda la Humanidad entera ha quedado redimida, lo cual quiere decir que todos los hombres hemos sido salvados por Cristo, aunque desconocemos los modos y maneras por los que Dios puede alcanzar su propósito. Sea como fuere, lo que sí sabemos es que la salvación de unos y de otros es cosa de Dios y no de los merecimientos propios. Dejemos hacer a Dios y confiemos ciegamente en Él.

 

Una objeción más. ¿Confiarlo todo a la gracia no sería abrir las puertas a la pasividad y al quietismo? No tendría por qué ser así, al contrario, cuanto más se vive de la gracia más firme es el compromiso. De hecho, pocos hombres tan comprometidos como lo fue el propio Orígenes o Sta. Teresita del Niño Jesús, que vivió de la confianza en Dios y de la entrega a los demás.

 

Después de muchos siglos de cristianismo legalista y moralizador, apareció Teilhard de Chardin, para recordarnos que todos los hombres estamos llamados a converger en Cristo, formando una unidad cósmica por el denominada "Cristogénesis". Con ello la “Apokatástasis” de Orígenes volvió a primer plano. Luego vendría el Concilio Vaticano II, que cambiaría el rostro justiciero de Dios por el de un Padre Amoroso, la teología comenzaría a explorar los caminos de la gratuidad, el movimiento carismático se extendería por toda la Iglesia, como un soplo del Espíritu renovador y la reconciliación universal dejaría de ser un tema tabú, hasta el día de hoy.                

 

 

 

235.- Un libro escrito en clave teocéntrica

 “El Humanismo Cristiano en el contexto de la antropología social” (Un libro escrito en clave teocéntrica)




                              Dentro y fuera de la Iglesia se viven momentos de confusión. El pueblo de Dios está sufriendo lo que podíamos llamar una desorientación generalizada, que afecta a la vida cristiana de los fieles, principalmente por lo que se refiere a las cuestiones familiares, políticas y sociales, siendo ello debido seguramente a que el magisterio eclesial de los últimos años no se corresponde con el lenguaje, claro y contundente, con que lo hicieron los papas de la Iglesia preconciliar, desde Pio IX a Pio XI, pasando por León XIII. A mí, al menos, no deja de sorprenderme el hecho de que estos papas hablaron hasta la saciedad de las cuestiones político -sociales y ahora en cambio se guarda un silencio sepulcral , en un momento en que el laicismo materialista parece invadirlo todo.  Sin ánimo de ofender a nadie, he de decir que el magisterio social de la Iglesia, que de forma tan fulgurante se inicia con la encíclica “Quanta cura”  de Pio IX y la “Rerum Novarum”  de León XIII, ahora brilla por su ausencia. Los papas preconciliares adquirieron el sagrado compromiso de orientar a los fieles, señalándoles con pelos y señales  a qué  formaciones e ideologías políticas, no solo había que negarles el voto, sino que  era preciso combatirlas por ser contrarias al espíritu del evangelio; ahora, en cambio, Roma ha decidido no mojarse, esto de meterse en política se lo deja para los laicos; que sean ellos  quienes saquen las castañas del fuego, a lo más se limita a decir que lo importante es votar,  votar  a quien sea, según  el sentir de cada cual, como si la sacrosanta democracia, fundamentada  en un perverso relativismo  y en el soberanismo popular, tuviera la virtud  de blanquearlo todo, hasta el punto de ser considerada como dogma divino de obligado cumplimiento, incluso  para aquellos católicos  que por razones de conciencia no creen en ella.  Semejante modo de pensar se ajusta a lo políticamente correcto, lo cual, cuando menos, lo convierte en sospechoso.

Es por esto por lo que un día, reflexionando sobre estos temas, decidí profundizar sobre los mismos y el resultado fue un libro titulado “HUMANISMO CRISTIANO EN EL CONTEXTO DEL HUMANISMO SOCIAL”, que recientemente ha sido publicado por “Última Línea”, demostrando, una vez más, ser una editorial independiente y respetuosa con la libertad de expresión, tal como debe ser.   

  Este ensayo, como hace notar el distinguido prologuista Gonzalo Sichard, aparece dividido en dos capítulos, bien diferenciados: uno dedicado al humanismo de corte filosófico y el otro reservado para el humanismo específicamente cristiano; entre ambos existe la posibilidad de tender un puente, sin que por ello tengamos que hacer concesiones al discurso dominante, que discurso es la trampa en la que se encuentra enredada la cultura de nuestro tiempo.  Desde antiguo se ha dado por evidente que la misión de la Iglesia es mucho más amplia que la práctica del culto y la administración de los sacramentos. Deber de la Iglesia, sin duda, es abrirse al mundo, sin que para ello sea preciso edulcorar o cercenar el mensaje evangélico. Pareciera que vivimos tiempos de rebajas, en que las credenciales para ser cristiano se pueden adquirir a un bajo coste. La desorientación es tanta que no son pocos los que piensan que se puede ser cristiano en la vida privada y no serlo en la vida pública, ser cristiano de cintura para arriba y no serlo de cintura para abajo. Bien se ve que no se puede ser condescendiente con este tipo de creencias, igual que no podemos serlo con quienes colocan en el mismo plano al humanismo antropocéntrico y al teocéntrico, ni tampoco con los que creen que el poder civil está por encima del poder religioso. Deber de la Iglesia es salir al paso de tanto disparate y hablar con un lenguaje claro, que todo el mundo entienda, aunque ello sea motivo de represalias. Lo que no se puede hacer es tirar la piedra y esconder la mano, porque eso no va con el evangelio. 

El mensaje cristiano es claro y contundente, Jesucristo y solo Él, es señor de la historia, ante el cual toda rodilla se postra. Fue Él mismo quien encomendó a sus seguidores ir por el mundo a evangelizar a las gentes, a los pueblos, los reinos, a los estados, a la Comunidad Europea, a las Naciones Unidas, a todas las instituciones y organismos públicos, sin arrugarse ante nada ni nadie, como lo hicieron los primeros cristianos, porque todo debe estar sometido a su potestad como Rey del universo que es.   

La gran tentación para la Iglesia de nuestro tiempo es la de contemporizar con un neopaganismo de corte materialista, instalarse en un conformismo cómodo ante las legislaciones injustas y anticristianas, el gran peligro que se corre hoy día es dar por bueno el no intervencionismo, falsamente prudencial, pensando que la democracia nos protege y nos pone a salvo de cualquier contingencia, sin reparar siquiera en que la dictadura de la opinión pública puede ser la más peligrosa de las dictaduras.

Considero que ha llegado el momento de llamar a las cosas por su nombre y no andarse con rodeos, de abandonar las posturas cómodas carentes de compromiso, de superar los neutralismos calculados y romper con los silencios cómplices. Ha llegado la hora de tomar en serio la defensa del humanismo cristiano y los valores por él representados, que un día lo fueron también de Europa y Occidente, porque si los cristianos no lo hacemos, no esperemos que alguien lo vaya a hacer por nosotros. No podemos por más tiempo seguir confundiendo la prudencia con la cobardía, la temperancia con la pusilanimidad.  No nos engañemos. Para estar a la altura del gran desafío de la hora presente va a ser necesario armarse de coraje y audacia. ¡Basta ya de contemplaciones y dejarse de templar gaitas!

 El humanismo cristiano lleva implícito el compromiso de servir al mudo, de esto no cabe la menor duda, lo que se olvida con frecuencia, es que este compromiso ha de estar supeditado al compromiso con Dios, según se desprende de la frase evangélica: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres.” Impregnar de humanismo cristiano las estructuras del mundo civil forma parte de la vocación cristiana, mucho más en unos tiempos caracterizados por el laicismo, que quiere ganar la partida a la civilización cristiana. Y es aquí donde puede surgir el conflicto interno dentro de la iglesia institucionalizada, o para decirlo con otras palabras, existe la posibilidad de que surjan desavenencias entre unos fieles cristianos, que tratan de ser leales al evangelio y una iglesia oficialista, que se pliega a los dictámenes políticos para no tenerse que enfrentarse con el Estado. Seguramente Roma jamás hubiera tomado ciertas decisiones, de no haberse visto presionada por los poderes políticos. Grave asunto éste que puede poner en riesgo la libertad interior de los hijos de Dios.   

 Sabido es de todos que, la España reconciliada que heredamos de Franco, se ha vuelto a romper en dos mitades y sobre ella planea la sombra trágica de 1936, con la diferencia de que ahora los enemigos de Cristo ya no tienen que enfrentase a una Iglesia fuerte y cohesionada, con las ideas claras.  Los enemigos de Cristo, para llevar a cabo sus siniestros propósitos, ya no necesitan incendiar templos, ni  abrir checas, ni  ir por ahí asesinando obispos,  curas o monjitas, les resulta mucho más rentable, políticamente hablando, la vía de los pactos y acuerdos, más o menos ocultos, con las autoridades eclesiásticas y tener las manos libres para profanar lugares sagrados, socavar la fe y perpetrar las tropelías a las que nos tienen acostumbrados;  todo esto y más sin tener que derribar puertas, ni ejercer ningún tipo de violencia física es suficiente con la astucia y los silencios cómplices.   

 ¡Qué pena constatar que todo, incluso lo más sagrado, pueda ser objeto de politización!  Lo estamos viendo con El Valle de los Caídos, símbolo cristiano de primera magnitud, bandera emblemática de reconciliación entre los españoles y que según hemos podido saber, va a ser “resignificado”, por mutuo acuerdo entre el gobierno socialista y Roma, sin que sepamos la dimensión y el recorrido que esto pueda tener. Vergonzoso caso de injerencia del poder civil en asuntos que exceden su competencia. Somos muchos los españoles que desconfiamos de ese pacto y seguiremos luchando para que “El Valle de los Caídos vuelva a ser aquello para lo que fue concebido y no se convierta en una enseña del odio, la venganza y el revanchismo. Dicha “resignificación”, resulta especialmente dolorosa para los católicos, dispuestos a dar la cara en defensa de su fe y de los valores cristianos, se trata de católicos consecuentes con su fe, que van a misa, frecuentan los sacramentos, visitan los templos, practican la limosna, ayudan a los necesitados, rezan por el mundo, saben lo que significa la palabra perdón y toman en serio sus deberes y compromisos cristianos. Estos cristianos que siguiendo el mandato de sus pastores se meten en política, animados  por piadosos sentimientos y a veces corriendo graves riesgos personales, andan desorientados y se sienten abandonados. Aún con todo, les queda el consuelo de contar con la protección de un ejército de mártires y saber que la lealtad a Cristo habrá de ser la razón de su paz interior y de su gozo.                 

238-Nuevo frente en la campaña de desprestigio contra Franco

    El Patronato de Protección a la Mujer fue una institución pública en tiempos de Franco, presidido por su esposa, Dña. Carmen Polo, ...