Todo comenzó en aquel ya lejano mayo del 68 en que unos muchachos, sin proyecto de futuro alguno, se echaron a la calle gritando desaforadamente aquello de “ni ley ni amo”, “prohibido prohibir”, o aquellas otras consignas tan trascendentales como "Queremos un sitio donde mear, no un sitio donde rezar" "¡Viva la comuna!" "Cuanto más hago el amor, más ganas tengo de hacer la revolución”. En realidad, su propósito no era otro que meter la piqueta y destruir el orden establecido, para que toda regulación social quedara sepultada entre los escombros, tal como haría el perfecto “bribón liberticida”, a quien lo que verdaderamente le importa es disfrutar del sexo en todas sus manifestaciones y aprovecharse de una libertad ilimitada, carente de toda responsabilidad y compromiso; Ah.., se me olvidaba decir que también protestaban contra la guerra del Vietnam, desde las bien dispuestas barricadas del barrio latino parisino.
Sabido es que el espíritu de mayo del 68 jugó
un papel importante en los tiempos de la transición española. Alguien se encargó de hacer ver a los
españoles que la muerte de Franco suponía el fin de una época tenebrosa,
dominada por un dictador sin entrañas, que había tenido a la nación subyugada y
a sus habitantes no se les había permitido ni siquiera respirar. Había llegado
pues el momento de hacer ver a los ciudadanos que era posible otra forma de
vivir, sin imposiciones por parte de nadie y que eso de tanta prohibición era
una obsesión propia de unos “fachorras” trasnochados, aburridos, que habían
perdido las ganas de vivir y lo que procedía hacer ahora, era dar la vuelta al
calcetín y comenzar a pensar en un país
de Jauja, donde lo único que estuviera prohibido fuera cualquier tipo de prohibición. Naturalmente la oferta, por muy descabellada
que pudiera parecer a primera vista, no dejaba de tener un secreto encanto y
fascinación, porque ¿A quién no le gusta poder hacer, en todo, su santísima
voluntad y disfrutar de todos los caprichos sin ningún tipo de
impedimento? El caso es que, la cosa
acabó tal cual todos sabemos. Una noche
de orgía con la resaca correspondiente, de la cual todavía no nos hemos
recuperado.
Como no podía ser por
menos, el tiempo se encargaría de evidenciar lo disparatado de este sueño
psicodramático, poniendo bien a las claras que “lo que no puede ser, no
puede ser y además es imposible”. Los primeros en darse cuenta fueron los
“rojeras”. De ello pudo apercibirse ese “podemita”,
que casi nadie conoce por su nombre de pila, cuando tuvo que sufrir en sus
carnes el escrache en su lujoso Chalet de Galapagar, viéndose obligado a
recurrir a la policía, para impedir que la ciudadanía hiciera con él lo que él
había hecho con otros. Comprendo que no le sonara a música celestial tener que escuchar
día y noche: “Pablito deja de soñar o no te dejaremos dormir”, pero debió
hacerse a la idea de que una persona, tan omnipermisiva y tolerante como él,
estaba obligado a aguantar esas impertinencias, mucho más cuando el mismo había
demostrado ser un hincha destacado de ese deporte, que había practicado y
defendido públicamente. El mundo está lleno de gente que ve la paja en el ojo
ajeno y no ve la viga en el propio.
Algo parecido sucedió con Rodríguez Zapatero y
Pedro Sánchez. Muy bonito poder proferir, sin ningún tipo de trabas ni
cortapisas, las infamias que a uno le apetece contra Franco y deslegitimar su
mandato como Jefe del Estado, cargo que
desempeño durante más de tres décadas; lo que dejaba de ser bonito es que
alguien saliera a la palestra para poner las cosas en su sitio, apoyándose
en argumentos sólidos y contundentes. No, eso ya no era de recibo, eso ya no
era lo políticamente correcto en democracia. Se hacía necesario, por tanto, cambiar la
consigna de “prohibido, prohibir”, que tan buenos resultados produjo en los
tiempos de la transición, por otra distinta; era mejor decir “Prohibido por decreto ley todo manifiesto
pro franquista” que es, más o menos, lo
que perpetraron los mencionados personajillos, nada más hacerse con las riendas
del gobierno de España. A la ley de “Memoria histórica” y “Memoria
democrática” me remito. Ambas vienen a ser un apéndice de la ideología “del
pensamiento único del progresismo de izquierdas”, donde los dogmas religiosos fueron
sustituidos por los dogmas políticos, se absolutizó lo relativo y se relativizó
lo absoluto, se persiguió a los
que no se ajustaban a sus exigencias, haciendo la vida imposible a
instituciones como el Valle de los Caídos o la Fundación Nacional Francisco
Franco. “No podía haber libertad para los enemigos de la libertad”, dando por
supuesto, que los enemigos de la libertad no eran los libertinos sino los otros.
Con todo lo que llevamos pasado
nos merecemos algún tipo de recompensa, al menos, yo no quiero perder la esperanza de que la gente
acabe por descubrir el verdadero rostro de una izquierda soberbia y engreída,
que durante mucho tiempo se consideró y aún se considera, dotada de una
superioridad moral que le capacita para ejercer funciones inquisitoriales y señalar con su dedo acusador implacable y
terrible, a dogmatismos, autoritarismos, y todo cuanto queda fuera de su marco
ideológico. La realidad es que la izquierda se ha convertido en un esperpento,
expresión de un progresismo tóxico, despótico, doctrinario y fanatizado, que no
soporta el que alguien discrepe de su credo político. Por algo Peter Singer, uno de los filósofos más influyentes del
momento, recomendaba a sus colaboradores, que se sirvieran de pseudónimo para
no convertirse en blanco de las furias izquierdistas y añadía: “Actualmente,
la mayor oposición a la libertad de pensamiento y discusión proviene de la izquierda”
Si me he animado a hacer estas
reflexiones ha sido para tratar de hacer ver, lo complicada que resulta la
política en su versión maquiavélica
y cuán poco creíbles son los
políticos, que nada más pisar moqueta, se olvidan de sus compromisos; lo cual
vale tanto para los políticos de izquierdas, vinculados al pensamiento único,
como para los políticos acomplejados de derechas, que sumisamente siguen sus
pasos. Después que la posmodernidad nos haya dejado sin certeza alguna, ya solo
nos queda “la razón política”. Se nos han ido los patriotas, los idealistas,
los héroes y los santos y lo que nos ha quedado son políticos de tres al cuarto. ¡Que asco! Dan
ganas de abandonar el barco, pero no lo haré, seguiré incordiando, si me dejan.
Os lo prometo. Tengo para mí, que no vamos a librarnos del Estado fallido,
mientras la política no quede supeditada a la ética y del “homo políticus”, en
el que ahora nos encontramos, pasemos al
“homo ethicus”, tal como lo entendieron Platón y Aristóteles.