2024-11-20

229.-Ante el lento languidecer de las parroquias

 




Acabo de leer el libro “LA PARROQUIA EN LA EUROPA POSMODERNA” que cariñosamente me regaló su autor Jorge Zazo Rodríguez, un cura relativamente joven, con una buena formación teológica, párroco experimentado, que actualmente ostenta el cargo, entre otros, de vicario episcopal para la acción pastoral en la diócesis de Ávila; en fin, lo que se dice un conocedor cualificado de lo que es una parroquia y todo lo que ésta conlleva. La radiografía de la parroquia en el viejo continente que nos ofrece, responde a la realidad y son detectados con sagacidad los retos a los que habrá que hacer frente en un futuro próximo, para lo que conviene estar ya preparados e ir ensayando vías de solución. De todos estos retos, el que a mí me parece más urgente y de más envergadura es el referente al de la Nueva Evangelización, al que estamos convocados todos los cristianos. Es por ello por lo que le he escogido como el tema central de este artículo.   

Si nos asomamos a la historia, lo primero que detectamos es que iglesia en sus orígenes fue esencialmente misionera, cumpliendo de este modo el mandato primordial de Cristo de “ir por todo el mundo a predicar el evangelio”. En esta primitiva iglesia. entregada por entero a la evangelización de los pueblos, no existían parroquias, sino que se trataba fundamentalmente de una iglesia “itinerante”. Cosa lógica y natural, ya que. para poder llenar la sala donde ha de celebrarse el banquete de las bodas, lo primero que hay que hacer es salir a los caminos a proclamar “La Buena Nueva”, anunciadora de que todos estamos invitados a la fiesta.  Con ello. lo que queremos decir no es que la parroquia en cuanto realidad sacramental, que es, haya de ser entendida como una estructura específicamente misionera, es más la parroquia no fue creada con está intencionalidad, lo que estamos haciendo, es algo tan simple como constatar la evidencia de que sin pueblo de Dios no es posible la iglesia ni la parroquia.

En los inicios del cristianismo tan solo existieron las comunidades de fieles que se reunían en casas particulares para ser adoctrinados, orar, dar culto a Dios y celebrar la eucaristía conocida como la fracción del pan. Conforme el número de fieles fue creciendo, se comenzaron a construir templos  y se sintió la necesidad de estructurar el amplio espacio eclesial en comunidades territoriales, para que fueran atendidas convenientemente las necesidades espirituales de los fieles, dándose la circunstancia de que en un mismo territorio podían cohabitar  personas  procedentes de distintos lugares que compartían la misma fe en Cristo,  de aquí el nombre de parroquia  derivado del término griego “paroikia”, que hace referencia a los que viven en vecindad.  A medida que progresaba la evangelización en Europa fueron extendiéndose territorialmente las parroquias y creciendo organizativamente. 

Con el Concilio de Trento, en el siglo XVI, cada pueblo se constituye en parroquia, que era considerada como órgano principal de la pastoral, bajo la tutela de un guardián, que  tenía que ser presbítero.  Eran los tiempos en que las parroquias tenían una relevancia social importante, con un calendario plagado de acontecimientos religiosos. La sola visión panorámica de las torres elevadas de los templos que se yerguen hasta las nubes, presidiendo el conjunto arquitectónico de los pueblos y los barrios de las grandes ciudades, sería suficiente para darnos cuenta de la función tan importante que las parroquias tenían en el conjunto de la sociedad y en la vida cotidiana de todos sus habitantes.

Este gran predicamento social entra en franca decadencia a raíz del modernismo del siglo XIX, hasta el día de hoy, en que las parroquias en Europa han perdido su fuerza evangelizadora, lo que lleva a preguntarnos: ¿Hasta qué punto actualmente las parroquias disponen de medios válidos para llevar a feliz término su función apostólica y pastoral?  Seguramente ha llegado el momento de salir de nuestras rutinas e intentar una restructuración positiva, porque algo habrá que hacer para detener la sangría de fieles que se alejan de las parroquias, ya de por sí capitidisminuidas.  

Es el mismo Papa Francisco quien nos insta a replantearnos las cuestiones pastorales que afectan a las parroquias, el que nos habla de la “Iglesia en salida” y “hospitales de campaña”, el que nos exhorta a que salgamos de la sacristía y demos la cara. “Prefiero, nos dice, una iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a sus propias seguridades” (Evangelii Gaudium 49). Naturalmente, para llevar a cabo una restructuración de la que nos habla Francisco, hay que tener muy claro de donde partimos y a donde queremos llegar.

 La situación en la que nos encontramos no es nada favorable a la revitalización cristiana.  Vivimos tiempos paganizantes que nos hacen recordar la Europa precristiana, tiempos en los que impera una cultura secularizada inspirada en el liberalismo, que se muestra reacia a los valores del evangelio   y que ha acabado adueñándose de los espíritus, sin que falten fuerzas ocultas, inspiradas en ideología perversas, que trabajan para debilitar a un cristianismo al que piensan suplantar un día. Jacques Maritain se preguntaba: ¿Cómo, de la civilización cristiana de ayer, pudo surgir algo tan diferente como la modernidad descreída? ¿Cómo del árbol fecundo y salubre del cristianismo, pudo salir un fruto tan putrefacto y amargo?  Es momento también de preguntarnos ¿Por qué la gente dice que le aburre ir a la iglesia, cuando el mensaje evangélico sigue siendo igual de atractivo y esperanzador?

Esto sucede en un momento en que la Iglesia en general y las parroquias en particular pasan por sus horas bajas. Nunca como ahora ha podido decirse, con tanta razón, aquello de que el trabajo que está por hacer es mucho y los operarios son pocos. El número de sacerdotes en Europa es cada vez menor y con edad muy avanzada. Escasean también los brazos vigorosos de apóstoles laicos entregados a la evangelización. Por si fuera poco, la vida en estas últimas décadas ha cambiado vertiginosamente y nos ha pillado con el pie cambiado, de modo que el concepto tradicional de parroquia ya no se ajusta a las exigencias del mundo actual.  Por poner un ejemplo. La evangelización desde el púlpito, como se hacía antiguamente ahora tiene poco recorrido, sencillamente porque las iglesias están casi vacías y quienes las frecuentan son siempre los mismos, personas que se encuentran en la última curva del camino y que supuestamente están ya suficientemente evangelizadas. Nos guste o no, vivimos en un mundo virtual y si la parroquia quiere hacerse presente en este mundo, ha de ser a través de los medios de comunicación, por eso con razón se ha dicho, que el internet como herramienta, vale más que mil púlpitos.  

Felizmente ya va habiendo agentes pastorales, conscientes de esta necesidad de adaptación, que se han dado cuenta de que “desde el despacho parroquial  ya no se evangeliza sino desde fuera”, como es  el caso  del párroco catalán Felipe Hereu, quien ante la profunda crisis catequética que viene arrastrándose de un tiempo a esta parte, por su cuenta y riesgo,  se ha tirado a la calle para ampliar el número de asistentes, dejándose ver a la puerta de los colegios con un cartel que decía: “Catequesis parroquial. Inscripciones” o como este otro párroco de un barrio periférico de Madrid, al que casualmente conocí, que entre sus prácticas pastorales está la de darse una vuelta por el barrio, para encontrarse con los pobres y menesterosos, a quienes les hace llegar una limosna, ayuda a regularizar su situación, trata de poner en regla sus papeles para poder cobrar una pequeña ayuda de la administración, dándose por supuesto que también trata  de abrir sus corazones  a la esperanza, haciéndoles saber que ellos son los preferidos de Dios.  Así son los Pastores que tienen bien asumido que su papel como párrocos es servir a los demás por amor a Dios y no ser servidos, medrar o hacer carrera.

 Las cosas son como son. Si no queremos estar fuera de juego tendremos que adaptarnos  a las exigencias de los tiempos que nos ha tocado vivir.  Entiendo que este es el mensaje que   el autor del libro “LA PARROQUIA EN LA EUROPA POSMODERNA” ha querido trasmitirnos y que el mismo ha sabido resumir en inspiradas palabras:  Soñar…sí, soñar. En la serena y humilde confianza de que los sueños de los hombres a veces llegan a sintonizar con los sueños de Dios…La Iglesia afronta el desafío de permanecer fiel a la tradición recibida del Señor y al mismo tiempo hallar nuevas estructuras, nuevos lenguajes, nuevas formas para que la misma y única Verdad revelada resplandezca en una hora inédita de la humanidad y para que la vida divina recibida del Señor, siga siendo humildemente acogida por los hombres y mujeres de este pueblo peregrino (Pag.209)

  La vida del cristiano es una tensión constante, lo ha sido antes y lo sigue siendo en estos tiempos convulsos de la historia. Todo hace suponer que  para hacer frente a la crisis por la que atraviesa la institución parroquial hay que abandonar rutinas anquilosadas en el pasado y atreverse  a trasformar muchas de sus estructuras, respetando como es natural la centralidad eucarística, la atención sacramental a las almas, teniendo  siempre el mayor aprecio por  la santidad de vida, pues a fin  de cuentas, la Nueva Cristiandad habrá de llegar, no por los caminos de la especulación teórica o de un activismo desinteriorizado, sino por los caminos de la conversión interior. Dicho en pocas palabras: Una renovación parroquial ha de ser obra de hombres santos que han sabido interpretar el signo de los tiempos.

 

 

230.-Conclusiones extraíbles de la catástrofe en Valencia.

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