Acabo de leer el libro “LA PARROQUIA EN LA EUROPA
POSMODERNA” que cariñosamente me regaló su autor Jorge Zazo Rodríguez, un cura
relativamente joven, con una buena formación teológica, párroco experimentado,
que actualmente ostenta el cargo, entre otros, de vicario episcopal para la
acción pastoral en la diócesis de Ávila; en fin, lo que se dice un conocedor
cualificado de lo que es una parroquia y todo lo que ésta conlleva. La
radiografía de la parroquia en el viejo continente que nos ofrece, responde a
la realidad y son detectados con sagacidad los retos a los que habrá que hacer
frente en un futuro próximo, para lo que conviene estar ya preparados e ir
ensayando vías de solución. De todos estos retos, el que a mí me parece más
urgente y de más envergadura es el referente al de la Nueva Evangelización, al
que estamos convocados todos los cristianos. Es por ello por lo que le he
escogido como el tema central de este artículo.
Si nos asomamos a la historia, lo primero que
detectamos es que iglesia en sus orígenes fue esencialmente misionera,
cumpliendo de este modo el mandato primordial de Cristo de “ir por todo el
mundo a predicar el evangelio”. En esta primitiva iglesia. entregada por entero
a la evangelización de los pueblos, no existían parroquias, sino que se trataba
fundamentalmente de una iglesia “itinerante”. Cosa lógica y natural, ya que.
para poder llenar la sala donde ha de celebrarse el banquete de las bodas, lo
primero que hay que hacer es salir a los caminos a proclamar “La Buena Nueva”,
anunciadora de que todos estamos invitados a la fiesta. Con ello. lo que queremos decir no es que la
parroquia en cuanto realidad sacramental, que es, haya de ser entendida como
una estructura específicamente misionera, es más la parroquia no fue creada con
está intencionalidad, lo que estamos haciendo, es algo tan simple como constatar
la evidencia de que sin pueblo de Dios no es posible la iglesia ni la parroquia.
En los inicios del cristianismo tan solo existieron las
comunidades de fieles que se reunían en casas particulares para ser
adoctrinados, orar, dar culto a Dios y celebrar la eucaristía conocida como la
fracción del pan. Conforme el número de fieles fue creciendo, se comenzaron a
construir templos y se sintió la
necesidad de estructurar el amplio espacio eclesial en comunidades
territoriales, para que fueran atendidas convenientemente las necesidades
espirituales de los fieles, dándose la circunstancia de que en un mismo
territorio podían cohabitar personas procedentes de distintos lugares que compartían
la misma fe en Cristo, de aquí el nombre
de parroquia derivado del término griego
“paroikia”, que hace referencia a los que viven en vecindad. A medida que progresaba la evangelización en Europa
fueron extendiéndose territorialmente las parroquias y creciendo organizativamente.
Con el Concilio de Trento, en el siglo XVI, cada
pueblo se constituye en parroquia, que era considerada como órgano principal de
la pastoral, bajo la tutela de un guardián, que tenía que ser presbítero. Eran los tiempos en que las parroquias tenían
una relevancia social importante, con un calendario plagado de acontecimientos
religiosos. La sola visión panorámica de las torres elevadas de los templos que
se yerguen hasta las nubes, presidiendo el conjunto arquitectónico de los
pueblos y los barrios de las grandes ciudades, sería suficiente para darnos cuenta
de la función tan importante que las parroquias tenían en el conjunto de la
sociedad y en la vida cotidiana de todos sus habitantes.
Este gran predicamento social entra en franca
decadencia a raíz del modernismo del siglo XIX, hasta el día de hoy, en que las
parroquias en Europa han perdido su fuerza evangelizadora, lo que lleva a
preguntarnos: ¿Hasta qué punto actualmente las parroquias disponen de medios
válidos para llevar a feliz término su función apostólica y pastoral? Seguramente ha llegado el momento de salir de
nuestras rutinas e intentar una restructuración positiva, porque algo habrá que
hacer para detener la sangría de fieles que se alejan de las parroquias, ya de
por sí capitidisminuidas.
Es el mismo Papa Francisco quien nos insta a
replantearnos las cuestiones pastorales que afectan a las parroquias, el que
nos habla de la “Iglesia en salida” y “hospitales de campaña”, el que nos
exhorta a que salgamos de la sacristía y demos la cara. “Prefiero, nos dice,
una iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una
iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a sus propias
seguridades” (Evangelii Gaudium 49). Naturalmente, para llevar a cabo una
restructuración de la que nos habla Francisco, hay que tener muy claro de donde
partimos y a donde queremos llegar.
La situación en la que nos encontramos no es
nada favorable a la revitalización cristiana. Vivimos tiempos paganizantes que nos hacen recordar la Europa precristiana, tiempos en los que impera
una cultura secularizada inspirada en el liberalismo, que se muestra reacia a
los valores del evangelio y que ha acabado adueñándose de los espíritus,
sin que falten
fuerzas ocultas, inspiradas en ideología perversas, que trabajan para debilitar
a un cristianismo al que piensan suplantar un día. Jacques Maritain se preguntaba: ¿Cómo, de la
civilización cristiana de ayer, pudo surgir algo
tan diferente como la modernidad descreída? ¿Cómo del árbol fecundo y salubre
del cristianismo, pudo salir un fruto tan putrefacto y amargo? Es momento también de preguntarnos ¿Por qué la
gente dice que le aburre ir a la iglesia, cuando el mensaje evangélico sigue
siendo igual de atractivo y esperanzador?
Esto
sucede en un momento en que la Iglesia en general y las parroquias en
particular pasan por sus horas bajas. Nunca como ahora ha podido decirse, con
tanta razón, aquello de que el trabajo que está por hacer es mucho y los
operarios son pocos. El
número de sacerdotes en Europa es cada vez menor y con edad muy avanzada. Escasean
también los brazos vigorosos de apóstoles laicos entregados a la evangelización.
Por si fuera poco, la
vida en estas últimas décadas ha cambiado vertiginosamente y nos ha pillado con
el pie cambiado, de modo que el concepto tradicional de parroquia ya no se
ajusta a las exigencias del mundo actual. Por poner un ejemplo. La evangelización desde
el púlpito, como se hacía antiguamente ahora tiene poco recorrido,
sencillamente porque las iglesias están casi vacías y quienes las frecuentan
son siempre los mismos, personas que se encuentran en la última curva del camino
y que supuestamente están ya suficientemente evangelizadas. Nos guste o no,
vivimos en un mundo virtual y si la parroquia quiere hacerse presente en este
mundo, ha de ser a través de los medios de comunicación, por eso con razón se
ha dicho, que el internet como herramienta, vale más que mil púlpitos.
Felizmente
ya va habiendo agentes pastorales, conscientes de esta necesidad de adaptación,
que se han dado cuenta de que “desde el despacho parroquial ya no se evangeliza sino desde fuera”, como
es el caso del párroco catalán Felipe Hereu, quien ante
la profunda crisis catequética que viene arrastrándose de un tiempo a esta
parte, por su cuenta y riesgo, se ha tirado a la calle para ampliar el número
de asistentes, dejándose ver a la puerta de los colegios con un cartel que
decía: “Catequesis parroquial. Inscripciones” o como este otro párroco de un barrio periférico de
Madrid, al que casualmente conocí, que entre sus prácticas pastorales está la
de darse una vuelta por el barrio, para encontrarse con los pobres y
menesterosos, a quienes les hace llegar una limosna, ayuda a regularizar su
situación, trata de poner en regla sus papeles para poder cobrar una pequeña
ayuda de la administración, dándose por supuesto que también trata de abrir sus corazones a la esperanza, haciéndoles saber que ellos son
los preferidos de Dios. Así son los
Pastores que tienen bien asumido que su papel como párrocos es servir a los
demás por amor a Dios y no ser servidos, medrar o hacer carrera.
Las cosas son como son. Si no queremos estar
fuera de juego tendremos que adaptarnos
a las exigencias de los tiempos que nos ha tocado vivir. Entiendo que este es el mensaje que el
autor del libro “LA PARROQUIA EN LA EUROPA POSMODERNA” ha querido trasmitirnos
y que el mismo ha sabido resumir en inspiradas palabras: “ Soñar…sí, soñar. En la serena y humilde
confianza de que los sueños de los hombres a veces llegan a sintonizar con los
sueños de Dios…La Iglesia afronta el desafío de permanecer fiel a la tradición
recibida del Señor y al mismo tiempo hallar nuevas estructuras, nuevos
lenguajes, nuevas formas para que la misma y única Verdad revelada resplandezca
en una hora inédita de la humanidad y para que la vida divina recibida del Señor,
siga siendo humildemente acogida por los hombres y mujeres de este pueblo
peregrino” (Pag.209)
La vida del cristiano es una tensión
constante, lo ha sido antes y lo sigue siendo en estos tiempos convulsos de la
historia. Todo hace suponer que para
hacer frente a la crisis por la que atraviesa la institución parroquial hay que
abandonar rutinas anquilosadas en el pasado y atreverse a trasformar muchas de sus estructuras,
respetando como es natural la centralidad eucarística, la atención sacramental
a las almas, teniendo siempre el mayor
aprecio por la santidad de vida, pues a
fin de cuentas, la Nueva Cristiandad
habrá de llegar, no por los caminos de la especulación teórica o de un activismo
desinteriorizado, sino por los caminos de la conversión interior. Dicho en
pocas palabras: Una renovación parroquial ha de ser obra de hombres santos que
han sabido interpretar el signo de los tiempos.