Aún así se tratará de justificarlo todo, diciendo que lo importante
no es tanto salvar a España cuanto salvar el régimen de convivencia que todos los
españoles nos hemos dado. Lo cual naturalmente no es cierto, primero porque la
nación es lo sustantivo y el régimen gubernamental es lo accidental y en
segundo lugar porque el régimen
actualmente vigente en España no refleja el sentir universal de todos los españoles. Recuérdese que el
número de “SIES” que refrendó la
Constitución de 1978, no alcanzó el
60% del censo general electoral, de donde se deduce que la voluntad
expresa de españoles a favor de la constitución fue mayoritaria, sin duda,
pero no lo fue de forma abrumadora, a
tenor del gran número de abstencionistas, que en democracia desgraciadamente son
marginados olímpicamente, aunque son ciudadanos como los demás. Sobre este
punto habría que hacer una serena reflexión y ver si no hemos convertido la
democracia en un sistema dictatorial de las mayorías sobre las minorías.
Comenzaré diciendo que la
presencia de honestos abstencionistas convencidos debiera ser tomada en
consideración, pero no es así. Tristemente en democracia no hay lugar ni
espacio para ellos, porque el ciudadano no es una persona sino que es
fundamentalmente un votante. Estamos
viendo con estupor como en el liberalismo democrático caben los separatistas,
los terroristas, oportunistas, traidores, pero se condena al ostracismo al
abstencionista crítico con el sistema. Te puedes encontrar con personas
preparadas, ciudadanos ejemplares que se ven ninguneados por el mero hecho de
ser abstencionistas siendo considerados como proscritos, denostados e
insultados con los peores calificativos, en una sociedad donde lo que cuenta es
la efectividad del voto, de modo que en referencia a un colectivo político, si
no vas con el voto por delante, no eres nadie y es que en democracia lo que
cuenta es la cantidad y no la calidad, la masa y no la singularidad personal.
Esta especie de proscritos marginados, que nadie responde por ellos, han
existido en todos los tiempos y resultan especialmente incomodos para quienes
representan la oficialidad, porque no se pliegan de modo incondicional a las
exigencias de la moda dominante y resisten en silencio la presión social.
Resultan incómodos para el sistema, sobre todo, porque han renunciado a navegar
en el mar proceloso del relativismo, donde están naufragando los valores
humanos, morales y religiosos; incómodos porque se niegan a participar en
la farsa y ser cómplices de tropelías y corrupciones, incómodos en fin porque
no consienten en contemporizar con el engaño la manipulación y el
embaucamiento. Estos hombres que aparecen ante la sociedad como malditos,
condenados a la incomprensión y al olvido, están ahí y tienen derecho a
quejarse y por supuesto también a preguntar ¿por qué ellos carecen de un
representante en los parlamentos para exponer las razones que les impiden
acercarse a las urnas?
Pensadores notables, como entre otros
lo fueron Hegel, Spengler,
Nietzsche u Ortega, adelantándose a los tiempos, nos previnieron de la
aparición del hombre-masa, proclive a dejarse dirigir por sujetos sin
conciencia histórica. Tan profética fue su intuición, que hoy es una obviedad
decir que la masificación desgraciadamente es una de las características más
acusadas de nuestro tiempo. El gregarismo y el clientelismo político están
despersonalizando a los hombres y mujeres para convertirles en marionetas
homogeneizadas, de fácil manejo para los políticos sin escrúpulos.
La actitud resignada de una
sociedad, que sabiendo que las cosas van de mal en peor para España se resisten
a mover un dedo para enderezar el rumbo, resulta descorazonadora. Es evidente que el peligro que se cierne sobre
España es inminente y que cada vez es mayor.
En semejante situación solo cabe apelar al sentido de
responsabilidad de los ciudadanos de a
pie, para que de una vez por todas despierten, se den cuenta se que así no
podemos seguir y que hay que poner fin a la orgía de una clase política
integrada por charlatanes de feria, sujetos irrelevantes que sin méritos
propios han conseguido un excelente “modus vivendi” a costa del erario público,
dando sobradas muestras, a lo largo de
cuarenta años, que lo importante para
ellos son sus respectivos partidos y no España como Nación, que es definitiva
lo que debiera importar, sobre todo, en estos momentos tan trascendentales que
nos están tocando vivir.