2023-08-11

203. Retirar todo apoyo a la siniestra casta política

 


Estamos viviendo momentos de incertidumbre como consecuencia del nefasto régimen constitucional de 1978, plagado de incongruencias, que hacía sospechar lo peor. Eso del “tránsito de la legalidad a la legalidad” sonaba muy bien, pero en realidad no fue sino una chapuza descomunal, que consistió primero en jurar fidelidad a los Principios Fundamentales del Movimiento para luego poderlos dinamitar ¿Cómo se le llama a eso? ¿No merecería el nombre de lesa y sucia traición al régimen franquista y a la Nación Española? A esta inmoral chapuza habrían de seguir desvaríos sin cuento, que nos han traído hasta donde ahora nos encontramos. Perdidos los valores y las esencias de nuestra patria, los terroristas, separatistas, independentistas, se dan prisa para darle el golpe de gracia, sabedores de que los vientos soplan a su favor. Figúrense Vds. la gobernabilidad del estado español, en manos de unos partidos que odian a España y que quisieran verla rota. ¿Puede haber incongruencia mayor? Es como poner a la raposa de guardiana del gallinero.  ¿Qué le pedirá esta vez el partido de Puigdemont en compensación, por hacer presidente al Sr. Sánchez, en un momento en que ya solo queda un peldaño por escalar, que está blindado por la constitución?  ¿Cuál será la chapuza que nos espera a todos los españoles para salir de este atolladero?  Porque podemos dar por casi  seguro, que el Sr. Sánchez  no renunciará a ser presidente y el  prófugo Sr. Puigdemont aprovechará la ocasión que se le brinda en bandeja para logar sus propósitos. Mal comenzábamos y podemos acabar aún peor.

Aún así se tratará de justificarlo todo, diciendo que lo importante no es tanto salvar a España cuanto salvar  el régimen de convivencia que todos los españoles nos hemos dado. Lo cual naturalmente no es cierto, primero porque la nación es lo sustantivo y el régimen gubernamental es lo accidental y en segundo lugar porque  el régimen actualmente vigente en España no refleja el sentir  universal  de todos los españoles. Recuérdese que el número de “SIES” que refrendó  la Constitución de 1978,   no alcanzó el  60% del censo general electoral, de donde se deduce que la voluntad expresa de españoles a favor de la constitución fue mayoritaria, sin duda, pero  no lo fue de forma abrumadora, a tenor del gran número de abstencionistas, que en democracia desgraciadamente son marginados olímpicamente, aunque son ciudadanos como los demás. Sobre este punto habría que hacer una serena reflexión y ver si no hemos convertido la democracia en un sistema dictatorial de las mayorías sobre las minorías.    

 

Comenzaré diciendo que la presencia de honestos abstencionistas convencidos debiera ser tomada en consideración, pero no es así.  Tristemente en democracia no hay lugar ni espacio para ellos, porque el ciudadano no es una persona sino que es fundamentalmente un votante.  Estamos viendo con estupor como en el liberalismo democrático caben los separatistas, los terroristas, oportunistas, traidores, pero se condena al ostracismo al abstencionista crítico con el sistema. Te puedes encontrar con personas preparadas, ciudadanos ejemplares que se ven ninguneados por el mero hecho de ser abstencionistas siendo considerados como proscritos, denostados e insultados con los peores calificativos, en una sociedad donde lo que cuenta es la efectividad del voto, de modo que en referencia a un colectivo político, si no vas con el voto por delante, no eres nadie y es que en democracia lo que cuenta es la cantidad y no la calidad, la masa y no la singularidad personal.

 

  Esta especie de proscritos marginados, que nadie responde por ellos, han existido en todos los tiempos y resultan especialmente incomodos para quienes representan la oficialidad, porque no se pliegan de modo incondicional a las exigencias de la moda dominante y resisten en silencio la presión social. Resultan incómodos para el sistema, sobre todo, porque han renunciado a navegar en el mar proceloso del relativismo, donde están naufragando los valores humanos, morales y religiosos; incómodos porque se niegan a participar en la farsa y ser cómplices de tropelías y corrupciones, incómodos en fin porque no consienten en contemporizar con el engaño la manipulación y el embaucamiento. Estos hombres que aparecen ante la sociedad como malditos, condenados a la incomprensión y al olvido, están ahí y tienen derecho a quejarse y por supuesto también a preguntar ¿por qué ellos carecen de un representante en los parlamentos para exponer las razones que les impiden acercarse a las urnas?

 

Pensadores notables, como entre otros  lo fueron Hegel, Spengler, Nietzsche u Ortega, adelantándose a los tiempos, nos previnieron de la aparición del hombre-masa, proclive a dejarse dirigir por sujetos sin conciencia histórica. Tan profética fue su intuición, que hoy es una obviedad decir que la masificación desgraciadamente es una de las características más acusadas de nuestro tiempo. El gregarismo y el clientelismo político están despersonalizando a los hombres y mujeres para convertirles en marionetas homogeneizadas, de fácil manejo para los políticos sin escrúpulos.

 

La actitud resignada de una sociedad, que sabiendo que las cosas van de mal en peor para España se resisten a mover un dedo para enderezar el rumbo, resulta descorazonadora.  Es evidente que el peligro que se cierne sobre España es inminente y que cada vez es mayor.  En semejante situación solo cabe apelar al sentido de responsabilidad  de los ciudadanos de a pie, para que de una vez por todas despierten, se den cuenta se que así no podemos seguir y que hay que poner fin a la orgía de una clase política integrada por charlatanes de feria, sujetos irrelevantes que sin méritos propios han conseguido un excelente “modus vivendi” a costa del erario público, dando sobradas muestras,  a lo largo de cuarenta años,  que lo importante para ellos son sus respectivos partidos y no España como Nación, que es definitiva lo que debiera importar, sobre todo, en estos momentos tan trascendentales que nos están tocando vivir. 

 

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