2023-03-13

196.- La Cuaresma: tiempo para reflexionar sobre el dolor y sufrimiento.

 


Cuarenta días tenemos por delante para meditar sobre el sentido en nuestras vidas, de cualquier tipo de dolencia bien sea física o espiritual, siempre que lo hagamos a la luz del Cristo doliente, que se presenta ante nuestros ojos como maestro de dolores. Tenemos que aprender a sufrir, porque el sufrimiento es una realidad que acompaña a la condición humana y tarde o temprano  nos enfrentaremos a ella. ¿Qué sabe el que no sabe sufrir? se preguntaba el gran místico español Juan de La Cruz, porque aun siendo penoso en sí mismo el sufrimiento, lo es mucho más cuando no le encontramos sentido alguno. Es por esto que hasta algunos pensadores alejados del cristianismo tratan de encontrar razones para poderlo sobrellevar con dignidad, llegando a decir, como lo hace Nietzsche, que en el dolor puede estar la fuente de vida e incluso, se ha llegado más lejos, hasta relacionar el dolor con el amor auténtico, como si aquel fuera la garantía de éste. Es por esto por lo que la última palabra no la tiene el dolor sino el amor. que todo lo ensalza y purifica, de modo que sufrir por amor no es ya solo una expresión que tiene sentido. sino que bien pudiera poner de manifiesto la nobleza de la condición humana.     

Los latigazos inesperados que recibimos en la vida nos harán enmudecer, pero no desesperar cuando los soportamos a la luz del misterio de la cruz, eso que muchos sabios y prudentes de este mundo no son capaces de comprender, porque para ellos siempre será una locura. En esta locura de la cruz es en la que sólo quería gloriarse Pablo de Tarso. En ella deberíamos encontrar también todos los cristianos el santo gozo de poder padecer con Cristo y cooperar con Él en su obra redentora. A quienes la cruz se les hizo dulce no fue por ser cruz, sino por poderla  sobrellevar con amor  y por amor, Este es el secreto para poder padecer con alegría, pues como bien dijera S. Agustín: «Donde hay amor no hay dolor».

Si queremos encontrar una respuesta cristiana al dolor hemos de ser conscientes de su valor  salvífico. De ello ya nos habló S. Pablo y en los tiempos actuales lo ha hecho J. Pablo II en su Carta Apostólica “Salvici doloris” ¿Para qué sufrimos? Sufrimos para demostrar nuestro amor a Cristo, para unirnos a Él hasta llegar a ser corredentores con Él. Si el discípulo no puede ser más que su maestro, ningún cristiano podrá seguir sus pasos por sendas distintas a las suyas. Sobran las almas que alegremente quieren acompañarle el Domingo de Ramos, embriagadas de olor a incienso y laurel. Son muchos los que quieren adelantar el triunfo de Resurrección, sin pasar antes por la Vía Dolorosa del Viernes Santo. Nos hemos ido olvidando que para poder ser felices ya en la tierra hay que aprender a convivir con el dolor.  En nuestro afán de quedarnos con lo que nos conviene hemos separado cuidadosamente “la mística de la felicidad” de la “mística del sufrimiento” y ya nadie hace mención de aquella. Sabia sentencia es aquella que alumbró el itinerario de numerosas generaciones del pasado y que reza así: “Ad lucem per crucem” (Hacia la meta de la luz por el camino de la cruz). Que nadie se engañe, pensando que seguir a Cristo es cosa fácil, pues tener vocación de cristiano lleva implícito la renuncia y el portar la cruz de cada día. A todos nos gustaría recorrer el camino de la santidad por un camino sembrado de rosas, practicar la pobreza sin que me faltara de nada, ejercitarme en la virtud de forma complaciente, pero me temo que esto no es posible. A la santidad de vida no se llegaremos sin hacernos violencia, ni a la entrega amorosa sin experimentar el sabor amargo de la decepción, igual que no  es posible  aprender a ser humildes   sin haber pasado por la humillación. La meta gloriosa que nos espera es sin duda la resurrección con Cristo, pero antes tendremos que recorrer con Él la vía dolorosa y traspasar las barreras de la muerte que son las que nos abren las puertas de la gloria. 

 

 

 

 

 

 

 


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