
El cristianismo se nos presenta como un programa religioso que apunta a la trascendencia ; pero que ha de ser vivido dentro de unas coordenadas históricas concretas. Eternidad y temporalidad vienen a ser expresión del misterio sagrado que hay que contemplarlo a la luz de la fe. Ello quiere decir que hay que aprender a vivir el cristianismo desde la circunstancia concreta que a cada cual le ha tocado vivir. En cada época histórica es preciso adaptar la fe a las necesidades y exigencias del momento. No se puede vivir el cristianismo de la misma manera en todas las épocas, porque las circunstancias no son las mismas, ni lo es tampoco el nivel de desarrollo teológico. A cada época le corresponde reelaborar un quinto evangelio que siendo respetuoso con el “depositum fidei” se adapte a las necesidades y exigencias del momento. Nunca el posicionamiento religioso puede ser definitivo, nunca puede hablarse de triunfalismos, ni se puede descansar tranquilo inmersos en formalismos prestablecidos e inmovilistas. La religiosidad es algo dinámico, se vive en y desde la temporalidad con todas las limitaciones y tensiones que implica querer vivir a nivel de la tierra las realidades que están por encima. La aparente contradicción de armonizar lo inmutable con lo mutable, la paradoja de vivir en el tiempo presente unas esperanza de eternidades, coloca al cristiano en constante tensión que le impulsa a buscar desde su situación concreta y personal la gozosa posesión del Reino
Los cristianos a través de su larga y dilatada historia han aprendido que nada librará al creyente de involucrarse en la trama humana, que a nadie se le ha dado la posibilidad de poder elegir la época y la situación socio-cultural en la que ha de vivir su religiosidad y que lo único que se puede hacer es aprender a madurar en la tierra que Dios nos haya plantado. No ha habido nunca un hombre tan espiritual que no haya sabido de las zozobras de la vida, de tensiones y dudas espirituales, que no haya tenido que asumir los riesgos de ser sujeto religioso inmerso en los vaivenes de la de la historia;
Vivir en el mundo sin ser del mundo fue y habrá de seguir siendo una complicada tarea ; pero si cabe, hoy, lo es más que nunca. Estamos viviendo tiempos de cambios en todos los órdenes y la Iglesia no está dispuesta a quedarse descolgada del ritmo de la historia. Desde el concilio Vaticano II el tema de la renovación cristiana es sentido como una necesidad. Recientemente Benedicto XVI se pronunciaba a favor de la “novedad en la continuidad” y Francisco apuesta inequívocamente por el revisionismo que devuelva al cristianismo el papel que le corresponde en una sociedad en constante desarrollo; pero las cosas no son fáciles y las dificultades surgen de inmediato cuando, se trata de compaginar lo mutable con lo inmutable, el conflicto aparece en el momento en que se intenta fijar hasta donde puede llegar el cambio y como se ha de traducir en la practica. Es entonces cuando surge la inevitable confrontación de opiniones. El actual Sínodo sobre la Familia nos lo vuelve a poner de manifiesto; si bien no debiéramos escandalizarnos por ello, siempre que se trate de simple confrontación de opiniones expresadas con respeto y comprensión de unos para con los otros; porque lo único que esto demuestra es que sigue habiendo vitalidad dentro de la Iglesia.
A partir del Concilio Vaticano II en el mundo católico se está operando cambios sociológico-religiosos que afectan profundamente a la condición de creyentes, sobre todo por lo que se refiere a sus compromisos con la cultura vigente. Es aquí donde se están poniendo en práctica nuevas formas y nuevos modos de vivir la religiosidad. Roma tardó mucho tiempo en pronunciarse a favor de la libertad religiosa le costó mucho abrirse y salir al encuentro de los demás; fue una apuesta arriesgada porque rompía con la tradición y era previsible que esto pudiera levantar ampollas en los sectores más conservadores como así fue; pero merecía la pena correr este riesgo, finalmente el paso se dio y los católicos de todo el mundo pudieron celebrar gozosos este cambio de rumbo, porque existe el convencimiento que mejor es una Iglesia de puertas abiertas que una Iglesia de puertas cerradas, donde el dialogo es lo normal y no la condena y el anatema. Cara al mundo exterior que le circunda, la renovación cristiana está tratando de proyectarse sobre tres grandes cuestiones interrelacionadas entre sí: dialogo intercultural, libertad religiosa, y ecumenismo, ellas sería los tres grandes compromisos de la religión con el mundo moderno y que los católicos se verán en la necesidad asumir.
Todo ello ha de ser visto como una necesidad para enfrentarse al gran reto de hacer presente a Dios en un mundo que se ha olvidado de Él y donde ya ni siquiera se le menciona , ni para bien , ni para mal, simplemente se le ignora. Su existencia o no existencia ha dejado de preocupar a la gente que piensa que esto es asunto que sólo al propio Dios compete . El indeferentismo religioso ha pasado a ser una de las características que mejor definen a nuestra sociedad actual, lo que es motivo de gran preocupación en el seno del cristianismo, que comienza a preguntarse ¿ Por qué el Dios cristiano ha dejado de ser atractivo para el hombre actual? ¿ por qué los hombres de nuestra generación buscan consuelo lejos de Él? ¿ Por que la fe no luce en medio de la noche oscura? ¿ Por qué los cristianos han dejado de ser fermento en un mundo descristianizado? ¿ Por qué el reino de Dios no se ha instaurado en la tierra? Seguramente a los cristianos nos ha faltado autenticidad que se traduce en una falta de compromiso con nuestra fe nos exige estar en el mundo sin ser del mudo
El cristianismo de hoy depositario del tesoro escondido de la fe, tiene la obligación de abrirse al mundo, de comunicarse con el, de dialogar con él y sobre todo de hacer partícipe a los demás de lo que posee en abundancia. Para los creyentes tiene que ser motivo de preocupación, el saber que mucha gente que vive entre nosotros, nunca ha oído hablar de que existe un Dios que nos ama desde toda la eternidad, que Jesucristo ha venido a este nuestro mundo a por nosotros, a rescatarnos, a liberarnos a redimirnos. Preocupados también al saber que muchos hombres y mujeres no solo andan faltos de fe sino también de esperanza y naturalmente esto ha de crear inquietud en el corazón de todo buen cristiano. Algo habrá que hacer, decimos, para que las cosas cambien en este mundo nuestro que se está quedando vacío de lo más fundamental . Naturalmente que esto no es suficiente; pero mientras existe en nosotros este tipo de inquietud espiritual podemos aún pensar que nuestra fe se mantiene viva a la espera de ser fecundada por las obras