El tema de Dios no es un tema que apasione hoy, ni
para bien ni para mal. Ese Dios teórico de la Filosofía que vive en su cielo
alejado de los hombres ha dejado de preocupar. El Dios interpelado
actualmente por los hombres es el Dios providente del que nos acordamos
cuando algo malo sucede en el mundo, cuando sucede una catástrofe es nos
preguntamos ¿donde está Dios? ¿ Por qué no hizo nada para evitarlo? El mal en
el mundo es la gran objeción hoy día contra el Dios bueno
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Las objeciones del hombre moderno
no van dirigidas contra el Dios teórico. Digamos que este Dios ha dejado de
interesar a las gentes; de él apenas se habla ni para bien ni para mal,
simplemente se pasa de él. Como queda tan lejos… ni es amigo ni enemigo. Que exista o no exista un Dios así
es su problema Ver a Dios como la única razón suficiente de todo lo que
existe puede llegar a ser una exigencia lógica; pero este Dios del
pensamiento no colma las ansias y anhelos humanos. Este es un Dios que puede
llegar a convencernos, pero no a apasionarnos. El Dios de la filosofía es siempre
el Otro, un ser Trascendente, grandioso, reverencial, sí, pero lejano. La
imagen del Dios aristotélico, por ejemplo, se nos presenta bajo la forma de
un motor inmóvil, que puso en funcionamiento la gigantesca maquinaria del
universo, pero vive solitario, recluido en su cielo, sin querer saber nada de
lo que pasa aquí abajo. Necesario, sí, pero frío y lejano
es este Dios. Que se sepa ningún hombre ha estado dispuesto a dar la vida por
un Dios así. El Dios que sacia las ansias del corazón humano es algo más que
la conclusión bien probada de un sólido argumento metafísico. El Dios que puede llegar a
apasionarnos es el que nos llega al corazón y está llamado a ser vida de
nuestra propia vida. Este es precisamente el Dios interpelado por el hombre
moderno. Es a este Dios al que se le piden explicaciones por lo que pasa en
el mundo. A este Dios es al que quisiera ahora referirme No es la razón sino el corazón el
que nos hace sentir la cálida presencia del Dios comprometido con nuestra
propia historia de hombres. A partir de aquí pueden establecerse los rasgos
diferenciadores entre el Dios de la fe y el Dios de la razón, o como diría
Pascal, entre el Dios de Abrahám, de Isaac y de Jacob y el Dios de los filósofos
y los sabios. La lógica de la razón, bien utilizada por Aristóteles y por
Sto. Tomás en las cinco vías, nos llevan hasta la Causa Necesaria, en cambio
la lógica del corazón de S. Agustín y de Pascal nos colocan frente al Dios
afectuoso e íntimo. Este Dios amoroso es precisamente
el Dios que no deja indiferente a nadie y es interpelado hoy por gran parte
de los hombres de nuestro mundo Nosotros, los hombres de la
sociedad del bienestar, no hemos podido evitar el dolor y la muerte. Después de tantos siglos de
desarrollo, el hombre de hoy sigue sabiendo mucho de violencias y
catástrofes, de enfermedades incurables y desesperanzas, de injusticias y
discriminaciones, de soledades y abandonos y no cesamos de preguntarnos ¿por
qué así? ¿Por qué tanto mal? ¿Por qué tanto sufrimiento?...... Seguro que todos , de una forma o
de otra, en algún momento de nuestra vida hemos sentido la tentación de pedir
a Dios una explicación de lo que considerábamos humanamente injusto ,
humanamente absurdo ¿Por qué este joven ha tenido que morir en accidente
justamente la víspera de su boda.¿Por qué niños huérfanos no sabrán nunca lo
que es el calor de un hogar y el cariño de unos padres? ¿Por qué miles de
vidas inocentes están condenadas a morir antes de nacer? Dolor, mucho dolor;
muerte, mucha muerte. ¿Por qué?... ¿Por qué?.... Si Dios es bueno ¿por qué hay
tanto mal en el mundo? Este ha sido y sigue siendo motivo importante de la
crisis de fe en muchas conciencias, esto es lo que ha hecho que muchos se
vuelvan contra Dios, porque piensan que él y no otro es el responsable del
exceso de sufrimiento y del mal en el mundo; por ello se pretende sentar a
Dios en el banquillo de los acusados, para que responda ante miles y millones
de víctimas inocentes que sufren y mueren en nuestro mundo. Esta es la gran
objeción contra el Dios bueno, hasta el punto de que alguien ha podido decir:
sufro, luego Dios no existe. ¿Es posible seguir hablando de Dios después de
Auswitz?, se preguntaba Wiesel , premio nobel de la paz en 1986? La cuestión no es de ahora, viene
de atrás. Desde tiempos de Epicuro retomada en los tiempos modernos por Hume,
viene formulándose el famoso dilema, adaptado a las distintas experiencias
vividas. El dilema es este. O Dios quiere
erradicar el dolor y el mal del mundo, pero no pude; o puede hacerlo, pero no
quiere. Si es que no quiere librarnos del mal y el dolor ¿Cómo podemos
llamarle bueno y si es que no puede, entonces ¿cómo podemos llamarle
Dios?..... A partir de aquí las
interpelaciones no han cesado. ¿Qué clase de Dios es éste?....... Dejar de
considerar a Dios como a un amigo es la gran tentación de nuestro tiempo. La
gente se pregunta ¿Dónde está Dios cuando cientos de miles de personas
sucumben ante la catástrofe implorando desesperadamente su ayuda? ¿Dónde cuando
Hiroshima y Nagasaki?..... ¿Dónde cuando el Tsunami de Diciembre de
2004?....¿Por qué calla cuando miles de inocentes se pudren en las cárceles
acusados de crímenes que nunca cometieron?...¿Por qué?...¿Por qué?.... Y la respuesta no puede ser otra.
Dios está siempre cerca ,muy cerca, al lado mismo de las víctimas. A Dios hay
que irle a buscar al Gólgota, en aquella tarde oscura del primer Viernes
Santo. Allí le encontraremos, sufriendo con los que sufren, muriendo con los
que mueren. Allí está el Justo, el Inocente, haciendo suya la causa de todos
los desdichados y clamando contra todas las injusticias. El Dios del Gólgota sufre el
desamparo de niños y niñas inocentes de ojos tristes, padece la violencia de
la mujer maltratada, agoniza de soledad con el anciano. Abre bien los ojos y
podrás verle en los que mueren sin haber vivido nunca, podrás verle en los
vertederos de desperdicios, donde niñitas hambrientas, famélicas y desvalidas
disputan a las ratas un mendrugo de pan duro; podrás ver su rostro disfrazado
del mendigo o de emigrante sin techo, bajo el sol o bajo la lluvia. El juicio de Dios ante las
víctimas inocentes tiene una defensa irrefutable en Jesucristo colgado de un
madero. Cualquiera que contemple la escena
del Cristo Doliente en aquel Primer Viernes Santo, no puede dudar por más
tiempo de qué parte está Dios. No se le pueden pedir cuentas del dolor y
sufrimiento en el mundo a quien voluntariamente quiso cargar sobre sus
espaldas con toda la desdicha de una humanidad herida por el pecado. Ello sería
injusto, tremendamente injusto. Hasta el propio Albert Camus
reconoce la gran importancia que para la historia de los hombres ha tenido el
drama de la cruz: “ porque en esas tinieblas, son sus propias palabras, la
divinidad abandonando ostensiblemente sus privilegios tradicionales, vivió
hasta el fin, incluyendo la desesperación y la angustia de la muerte” (
A.Camus :El Hombre Rebelde . pág. 40) Los inocentes de la tierra que preguntan por su dolor pueden encontrar algún tipo de satisfacción en la Teología del Dios condenado por los hombres . Si el mundo duda de la bondad de Dios será porque se ha olvidado de lo que pasó en el Gólgota hace 2000 años, un suceso que sólo tiene explicación por y desde el amor, que nos pone de manifiesto hasta qué punto Dios ha sido bueno con nosotros. Tal vez no sepamos por qué el dolor entró en los planes de Dios; pero lo que si sabemos que en nuestro dolor estamos unidos por siempre a aquel que a la vez supo ser sacerdote y víctima, sabemos que esa sangre que brota a borbotones de sus llagas es garantía de esperanza , sabemos que en el arroyo de agua que mana de sus costado, la humanidad entera manchada por el pecado puede lavar sus culpas; sabemos que siempre que con el corazón destrozado nos hemos acercado a besar los pies del crucificado nos hemos sentido aliviados. El Dios crucificado es la Buena
Nueva para todas las víctimas de la historia, que somos todos. Si Cristo
hubiera hecho caso a los que le decían: Baja de la cruz y creeremos en ti, si
les hubiera hecho caso, se hubieran derrumbado las ilusiones de todos los
crucificados de la tierra ; pero como no fue así, podemos seguir pensando que
la cruz de Cristo da sentido a todas las cruces de la tierra: ella es
precisamente la respuesta que Dios da a la pregunta sobre el mal en el mundo.
Cuando Dios muere en la cruz, lo que está afirmando es su radical solidaridad
con los que sufren inocentemente; pero también y esto es lo grandioso, está
afirmando su reconciliación con los verdugos, porque la cruz es el símbolo de
reconciliación universal de todos, de buenos y de malos. La aparente inactividad que en
tantas ocasiones se ha echado en cara a Dios se convierte así en la más
activa intervención. Es el Cristo del Calvario el que con toda claridad nos
muestra qué significa la palabra Dios, qué significa la palabra amor; ninguna
otra representación filosófica o religiosa hubiera podido aspirar a tanto. En
el símbolo cristiano de la cruz encontramos el compendio de nuestra fe
cristiana, hasta el punto que la misma resurrección es una prolongación y no
un complemento. La cruz no se concibe sin la resurrección como la
resurrección tampoco sin la cruz. Ya nos podemos hacer una idea de por qué Dios calla ante el dolor de sus criaturas; ya sabemos que la cruz es la respuesta a la presencia del mal en el mundo, pero al tiempo que se despejan todas las dudas sobre el Dios bueno aparece un nuevo interrogante ¿No será qué ese Dios bueno, que quiere lo mejor para todos, no puede erradicar el mal del mundo? ¿Por qué ni siquiera ha perdonado a su Hijo? ¿Será que quiere pero no puede? Esta es precisamente la última conclusión a la que han llegado algunos teólogos actuales, quienes piensan que por algo, los evangelistas no se atreven a dar una explicación del abandono de Cristo agonizante en la cruz; pero esta no puede ser la solución a este sobrenatural misterio. |